Texto de la hospitalidad

Estancia
10 diciembre, 2011

Un acto de hospitalidad solo puede ser poético.
Jacques Derrida

Querida Macarena:

Espero que te encuentres bien y feliz. Te pido una disculpa por haberme tardado tanto en responder en relación con la publicación del texto que escribí (hablé) en El Eco, cuyos vestigios están empezando a formar parte de Arquitectura emocional 2011 y de un correo electrónico dirigido a ti. Volví a leer mis notas sobre el “texto de la hospitalidad”, como ya lo estamos llamando (no puedo realmente llamarlo un texto como tal), y pensé que quizá sería mejor simplemente escribirte sobre él, como yo lo recuerdo, en partes, para así revisar mi visita a México en mayo (o al revés). El tiempo parece tener tanta prisa y no puedo creer que ya hayan pasado tantos meses desde entonces (pero sigue siendo 2011, un año que pasó tan lento y, al mismo tiempo, tan rápido). Les agradezco a ti y a Tobias por haber sido unos anfitriones tan maravillosos, y a todos los de El Eco, así como al equipo de Tomo. Hay conversaciones que quisiera anotar —ya que continuamente las evoco— y retomar en algún momento. Recuerdo cuando “llegué”, quizá cuando conocí a Moris en El Eco y sostuvimos una conversación completa en español e inglés, cada uno sin el otro idioma, mientras observábamos su obra. Nos malentendimos y, por lo mismo, nos entendimos a la perfección. Me hizo dar unos pasos hacia adelante, rompiendo mi barrera del idioma. Me acuerdo que mis primeros encuentros con Diego Berruecos y Omar Barquet fueron edificantes —¡ambos con tanta energía y determinación!—. Ya sé que me estoy saltando recuerdos mientras escribo, pero seguramente resurgirán en otro lado —siempre sucede así—. Conocer a Carlos Amorales me cautivó, así como el lugar al que llegamos con nuestra conversación, su fascinante “máquina impresora a lápiz” y sus ideas sobre la educación artística. Hemos estado en contacto y comentamos su archivo de iconos convertido en escritura ilegible o en un lenguaje codificado, posiblemente con ojos que no eran los que implicaba nuestra conversación. También fue lindo leer sus ideas y las de Tobias (¡todavía no puedo creer que esté en Miami!). Hace poco vi a Mario García Torres en Londres: organizó una noche de cocteles inventados por artistas en el Bistrothèque (donde acabé olvidando mi tarjeta de crédito). Me tomé un “Rosie Nashashibi” que tenía tequila, me parece, y justo antes o justo después le escribí y la voy a ver la semana próxima en Turín. No la he visto desde que estuvo en El Cairo a finales de 2009. Una vez más, el tiempo, tiempo, tiempo. He querido retomar una conversación sobre el aplauso, entre otras cosas, con Tania Pérez (no sabes cuánto te agradezco habernos presentado: visitarla en su estudio y platicar con ella fue como bailar dubstep al ritmo de la filosofía continental). Como no he podido llegar a esa conversación todavía (así como uno no baila lo suficiente y lee menos de lo que se propone), la invité a participar en una propuesta que se está llevando a cabo en el FRAC Lorraine este mes por invitación de Justin Moore, para curar una exposición en cadena sobre grados de separación (me parece que más bien en el sentido de afinidad o proximidad).

Cada artista/curador elige una pieza de la colección del FRAC y propone a otra persona en la cadena, quien debe escoger una pieza relacionada con la última pieza elegida, y luego selecciona a la siguiente persona que, a su vez, añade otra pieza a la exposición. Yo escogí un performance titulado Intime & Personnel, de Ester Ferrer y Tania. En respuesta, seleccionó una foto de Tom Marioni. No sé si alguna de las dos veremos la exposición, que se inaugura este mes, pero parecía una forma interesante de reconectarnos. Me da curiosidad saber qué anda haciendo Galia Eibenschutz y por alguna razón sigo pensando en el destino del pajarito que se cayó del nido afuera de su estudio. Ximena, de Proyectos Monclova. Hoy con Shumon Basar nos acordamos de ella al hacer una lista de nombres que nos gustan y que empiezan con X. Proyectos Monclova presentó a Christian Jankowski en el Sunday Fair a principios de este mes (el Sunday Fair estuvo súperbien, comparado con Frieze y con otras ferias en general). Pensé que posiblemente me toparía a Ximena allí, pero no fue así. Recuerdo una larga conversación sobre Tercerunquinto, cuando visitamos el espacio, pero tendría que revisar mis notas para recordar por qué surgió. Tengo que depender más de mis notas que de mi memoria. Otra nota mental que quiero compartir contigo viene del mismo viaje: le quiero escribir a Magali Arriola. Tuvimos una larga junta mientras desayunábamos (en un lugar estupendo que es casi todo azul y que, por alguna razón, en mi memoria aparece como “Matisse”) y desde entonces la cuestión de cómo curar una exposición geotemática, en forma figurativa más no de tropo, persiste en mi mente de maneras variadas —no tiene que ver con Matisse, más bien con la conversación que tuve con Magali, con demasiado café y comida deliciosa—. Sin embargo, me sigue intrigando SOMA, porque me parece que la estructura es muy buena, pero funciona de maneras diversas, entre el apoyo, la crítica y presentaciones variadas, rodeada de mucha gente con la cual he hablado. Me parece un proyecto estupendo… Al regresar de Egipto creo que volví loco a Wael Shawky hablándole sin parar de la estructura y de que deberíamos pensar en algo parecido para MASS Alexandria. Aún estamos lejos de una estructura institucional que pueda sostenerse, pero hemos iniciado el segundo año. Ahora, volviendo a la plática-texto/texto-plática… ¿estábamos juntas (sí… ¿no?) el primer día que llegué?, ¿cuando nos detuvieron las dos jovencitas en la plaza y nos hicieron preguntas para su clase de inglés? Creo que eso es lo que detonó toda esa serie de recuerdos relacionados con una plática sobre la hospitalidad —fue el preludio y de alguna manera lo que echó a andar toda esta conversación—. Y después de que haya olvidado mencionarle al dúo de estudiantes de inglés, de trece años, una importante similitud entre El Cairo y México cuando me pidieron que enumerara las similitudes (además del hecho de que ambas ciudades tienen una dieta basada en frijoles y un sol implacable, suena tan raro ahora que lo escribo, casi simplista, pero lo dije en serio y sinceramente lo pienso), también tengo que dejar de interpretar a las ciudades mediante el registro de lo conocido: México es una mezcla de Beirut, El Cairo y Berlín; Londres es la tía abuela de Nueva York, etc. No se puede comparar a las ciudades. Pero sí me encanta que de forma intuitiva entiendo a México, como a Johannesburgo o El Cairo. No puedo combinar o comparar a las tres, siguen siendo por completo diferentes y sólo se parecen 90 en la sensación de familiaridad que generan. Las ciudades son como las parejas: puedes acabar enamorándote tras décadas de conocer a la otra persona o después de un sólo trago —con eso basta—. Nunca me he enamorado después de un solo trago, pero sí después de unas palabras. Sí, quería hablar de hospitalidad, aunque también recuerdo que estaban filmando el evento en El Eco para las pláticas de Tomo, y las dos jovencitas que nos detuvieron en la plaza también estaban usando las cámaras de sus celulares para grabar mis cortas respuestas y pensé que sería lindo imaginarse estas dos grabaciones juntas, como complemento, aunque nunca se encontrarían. ¿O quizá sí? Eso sería una buena casualidad. Recuerdo que la plática resultó un poco enredada: en parte estaba también compartiendo mi interés en ese momento —así como ahora cambia de dirección y se transforma— en la colaboración, los acuerdos, aunar esfuerzos, etcétera. Hace algún tiempo, creo que encontré el link para el video de la plática (sufrí mucho al verlo, como puede suceder cuando casualmente te encuentras a ti misma y escuchas tu propia voz al hablar). Me salté algunas partes y me di cuenta de que también estaba hablando de mi matrimonio y de mi experiencia con Reloading Images, el colectivo de artistas al que pertenecí. (Me encantaría poder hacerlo todo con el codificador de voz de Laurie Anderson.) En otra tangente, una de las personas con las que trabajé muy de cerca en esa época —época de Reloading Images, por ahí del año 2008—, Kaya Behkalam acaba de mudarse a El Cairo con su pareja y con Selma, su hija de dos años. Me imagino que sólo es relevante en relación con lo rápido que pasa el tiempo y cómo transforma vidas. Es casi inconcebible, pero es cierto. Creo que estoy diciendo lo obvio, pero se siente como un proceso constante de algo que se me manifiesta mientras escribo. Cuando conocí a Kaya en Damasco (¡esperemos que se libere pronto!), nuestras vidas eran por completo diferentes, así como nuestras ideas sobre las relaciones, el amor, la pasión, la fidelidad y todo lo demás. También era una época en la cual me volví sumamente consciente de la colaboración, entre otras cosas. Todavía me conectaba con esta idea imaginaria de la colaboración, de aunar esfuerzos, etcétera, en particular con el ánimo que había en el mundo de “ocupar todo juntos”, que salió de Tahrir, entre otras plazas y círculos en distintas ciudades… Pero mi gusto por el cinismo y por la honestidad mordaz recibió un golpe en una conversación con Santu Mofokeng en septiembre, en Johannesburgo, cuando él simplemente dijo: “Yo no creo en la colaboración; la colaboración no existe”, y me contó una experiencia que tuvo mientras trabajaba con un curador en París y cómo sintió que estaba tratando con estructuras, como dijo él, y no con una persona. Sigo insistiendo en que todo el mundo quiere que funcionen las colaboraciones, así como los matrimonios. Lo cual me lleva a otra cosa que se está resolviendo en estos momentos: estas ganas simultáneas de aunar esfuerzos, pero al mismo tiempo empujar y distanciarse, que tienen las instituciones que se han formado con el Museum as Hub (que es dónde conocí a Tobias) al trabajar con Townhouse, con los demás socios de Hub, incluyendo el Van Abbemuseum en Eindhoven, Pool Art Space, en Seúl, el New Museum, en Nueva York y, hasta hace poco, también el Tamayo. Todavía no sé qué será de la red, o cómo se irá transformando y adaptando a esta condición de caer en este típico malestar institucional que sufren las redes. Es como las relaciones: funcionan al inicio y en algún momento se agota la adrenalina y le tienes que echar ganas a algo que produzca oxitocina y, ¿cuál es ese misterioso elemento químico cuando se trata de organismos estructurales? No estoy segura. Las redes son para sentirse bien pero, como las relaciones, por lo general no funcionan (y suele ser muy difícil aceptarlo). Tendría que volver a escribir esto en un momento en que esté locamente enamorada, ¡estoy segura de que saldría totalmente diferente! El fracaso de las redes, y cómo fracasamos (para bien, quizás), y cómo estos fracasos pueden convertirse en el trabajo preliminar de un recurso para entender mejor cómo se crean instituciones: todo esto es interesante, pero tiene un costo… y ¿cómo dejar que estos fracasos penetren en la estructura misma de las instituciones en general? Es una pregunta difícil. Cuando estuve en Vilnius hace poco, en (o más bien en medio de) lo que parecía ser un estado de enamoramiento, curiosidad e instituciones, conocí a Goldin + Senneby. Fue maravilloso, porque mis ideas acerca de las colaboraciones entre artistas parecen haberse restablecido en ese largo encuentro en una esquina de la mesa en la que estábamos cenando. Su práctica (en mi cabeza) se está convirtiendo en un helipuerto para mis preguntas. Lo que más me intriga y me divierte es su “subcontratación”. Hace poco, en Goldsmiths, invitaron a una consultora de marketing a dar una plática que le habían pedido por encargo (o quizá mejor dicho, para la cual la había “subcontratado”) sin conocerla con anterioridad. Luego, ella dio la plática “en lugar de ellos”, por decirlo así, que no es lo mismo que dar la plática, por ejemplo, en vez de ellos. Es un gesto que incita a otras cosas, más allá de la hospitalidad —por más radical que parezca como gesto, generoso, incluyente, abierto a posibilidades fuera de la esfera del control artístico, también es darle otro sentido a la confianza y adoptar cualidades como “soltar”—. Estoy haciendo un diagrama en mi cabeza, filtrando este ejemplo de G+S mediante una plática titulada “In Praise of Laziness” (Elogio de la pereza) que dio Saša Nabergoj del SCCA Ljubljana en Yerevan, en la Summer School for Curators (Escuela de verano para curadores). Una interminable constelación de pensamientos reacomodados. Te decía antes que hace un tiempo me topé en línea con la plática que di en El Eco y, al revisarla rápidamente, me oí diciendo algo así como “empecé a pensar en relaciones personales y en la relación entre EstadosNación…”, lo cual me parece bastante gracioso porque lo dije en serio (me sentí obligada, después de meses, de no “postear” nada, a ponerlo como mi estatus en Facebook): un gesto honesto conmigo misma, en medio de darle demasiadas vueltas al amor y a la política. Tengo una idea más —aunque raye en el pesimismo— que podría mezclarse bien con la pregunta de si “es posible lograr democracias y matrimonios felices”, a raíz de una conversación con Bassam El Baroni, quien dijo: “La esperanza es confundir el deseo de algo con su probabilidad” (si no estoy citando erróneamente, es de Schopenhauer, y si sí, por algo será). Mientras que las preguntas anteriores acerca de instituciones (hasta que, digamos, en realidad escriba-hable este texto que sigo tratando de reformular al escribirte), antes de “mezclarlas” con las nuevas ideas y los nuevos encuentros, condujeron a exploraciones, experimentos y dos exposiciones bajo el gran marco de The Accords —dos exposiciones que se llevaron a cabo en el New Museum, en Nueva York, y en HKS, Bergen, este mismo año (2011)—. Desde entonces se han hecho mejoras en CIRCA (Cairo International Resource Center for Art) en cuanto a su formulación como iniciativa [N. del T.: en inglés iniciativa es enterprise] (enterprise: suena a “La guerra de las galaxias”, que no he visto). No quiero necesariamente dedicarle mucha energía a otra gran discusión acerca de los canales extraoficiales de The Accords tal como sucedieron (no porque hayan ocurrido, sino porque sigo sin haber encontrado cómo formularlos en una reflexión…). Pero me sigue gustando la idea de que los acuerdos implican apretones de manos y fotos en blanco y negro donde se ven arreglos de flores en centros de convenciones. CIRCA está en flujo constante, creciendo, pero te escribo más sobre eso en otro momento (posiblemente en otro correo electrónico, ¡muy pronto!). Me parece que estaría bien incrustar algunos de los pensamientos que he tenido sobre la hospitalidad, aquí, ahora, aunque sea para acordarme por qué, si no es que cómo, hablé de eso en mayo pasado (tan cerca y tan lejos). El recuerdo de la palabra host (anfitrión) y su evolución a lo largo de los siglos también es fascinante. Se decía que las plantas y los animales hosted (hospedan) a los parásitos: esto significaba la palabra en el siglo XIX. Pero luego me encontré con muchos otros significados: “multitud”, “un gran número de personas o de cosas”… y, aparentemente, host también significa “ejército” (aunque siento que me gustaría omitir eso, en particular por la actual situación en Egipto y el hecho de que el ejército/las fuerzas armadas estén convirtiendo la esperanza en mala leche y la democracia en una mala broma). ¡Computadoras! Las “computadoras conectadas a una red” también son hosts y muchas otras cosas. También había algo sobre la simbiosis, que no recuerdo… Creo que es el más grande de los dos cuerpos en una relación, simbiótica quizá, quien se vuelve el host. La definición tradicional de ser hosts (anfitriones) y guests (invitados), en cuanto a las instituciones de arte, pondría por un lado a la institución como “anfitriona” y, por el otro, a toda la demás gente que entra en contacto con ella (curadores, artistas, público, etc.) como “invitados”. Esto es algo que recuerdo y, sin embargo, no cuadra con mi forma actual de pensar, en la que las instituciones son personas y las personas también son instituciones. Sin querer presuponer el sentido de ninguno de los dos, creo que es una relación simbiótica. En múltiples ocasiones he citado la postura de Jan Verwoert en cuanto a la hospitalidad radical, tomada de Derrida (lo conocí hace poco, a Vertwoert, no a Derrida, aunque me hubiera encantado conocerlo antes de que muriera, y parece que Adam Kleinman sí lo conoció; lo dijo casualmente después de la plática que di en El Eco… Luego le pregunté a Adam cómo había conocido a J.D. y me dijo que lo buscó en las páginas amarillas y que pasó a su casa y después de eso se veían seguido, todos los martes, me parece. No me acuerdo… fascinante, aun si sólo una parte de lo que dijo sea verdadero, o todo). En cualquier caso, en otra conversación, Jan Vertwoert me habló del nuevo trabajo de Mathias Poledna, A Village by the Sea (Un pueblo junto al mar) (que se mostró en Raven Row), básicamente en respuesta a mis elogios constantes de todo lo que tuvo que ver con la exposición individual de Anri Sala en la Serpentine —estábamos con el tema de Answer Me (Respóndeme), el video corto de Sala de 2008—. Seguramente debería escribir acerca de ambas obras y quizá tendrás ocasión de verlas, pero, en corto, las dos tratan el tema de las rupturas. Lo que pasa es que la obra de Sala (esta obra en particular) es chovinista y burda: es cierto. No me ofende, porque es lo que es. Un joven toca la batería erráticamente y una mujer entre borroso, y sonido y silencio, trata de terminar una relación, e insiste constantemente: “Se acabó, acéptalo, así las cartas estarán sobre la mesa y sabremos qué hacer”. El hombre sigue tocando la batería (como si se hubiera metido drogas o estuviera en un estado de delirio) y no le hace caso a la mujer. “¡Contéstame!”, insiste ella. El silencio entre ellos, la interpretación de ese silencio, es tan brutal como maravilloso. Está basado en un diálogo de una anotación de Michelangelo Antonioni sobre la ruptura de una pareja, en la que “filma no su conversación, sino sus silencios; el silencio representa la dimensión negativa del habla”. Jan —quien tiene afinidad por Sala y su trabajo porque ha escrito mucho sobre él (y seguramente porque tienen la misma edad y entraron al mismo tiempo al mundo del arte, además de otras cosas)— me sugirió ver el nuevo corto de 35 mm de Poledna. Como secuela de los silencios, así se lo describí a Raimundas Malašauskas: “Poledna evoca el humor y la imperfección de la ruptura por medio de detalles: un tobillo que tiembla, distancia entre el sonido óptico y la sincronización de los labios. Escribe nuevas palabras y replantea el mundo. Es el tipo de proyección al que llegas por casualidad, y quieres que sea perfecto, y sabes que su preludio tiene el aspecto correcto, pero lo ves dos veces y no te llega. Es costosamente genuino, pero te deja frío”. Me encuentro ahora en Londres, intentando no caer víctima del arte como tema de ruptura, o por lo menos tengo que evitar ir a verlo sola en el futuro. Recuerdo que al ver Take Care of Yourself (Cuídate), de Sophie Calle, hace ya mucho en Dinamarca, estaba yo enamorada y con alguien (vimos juntos la exposición). Fue más difícil en ese momento, o así lo sentí, aunque no sé por qué. Hostilidad. Voy a hacer como si no fuera un paréntesis más y ¡voy a volver en el tiempo al tema de la hospitalidad! La hospitalidad también es graciosa en su contradicción inherente, ya que etimológicamente tiene la misma raíz que hostilidad. Creo que lo que estoy tratando de decir es que la hospitalidad es de hecho muy compleja. “Tener el control” y entregar partes de ese control a los invitados y las exigencias que le hacen los invitados a sus anfitriones —obligaciones y demás— y estas negociaciones constantes contribuyen a que la hospitalidad no se pueda decodificar de manera tan sencilla. Al llegar a México, creo que mis ideas estaban influidas por una conversación que había tenido poco antes con Malak Helmy en El Cairo: me hizo recordar una plática a la cual ambas asistimos durante el simposio “Speak Memory” en noviembre del año pasado en Townhouse. Sebastian Luetgert, de Pad.Ma, estaba hablando de colaboraciones problemáticas y decía que no existían colaboraciones con final feliz. Lo cual comprueba que sigo tratando de digerir el hecho de que los cuentos de hadas tienen autores, la mayoría de los cuales tienen vidas complicadas que contribuyen a que los finales felices en realidad no sean posibles. Reflexionar acerca de todo esto en relación con ser invitada a México, o a cualquier lado, de hecho, siempre está ligado a una serie de preguntas… ¿o cuestionamientos? Al moverse por el mundo, uno entabla nuevas amistades, conoce a nuevos colaboradores, anfitriones, nuevos amantes, viejos amores, socios, colegas del pasado y del presente, etcétera. Sebastian presenta al colaborador como cofraternizador, como traidor. (Me parece pertinente añadir que los amantes también pueden ser traidores.)

Me remonta a un lugar entre mi versión ingenua de la esperanza relacionada con las colaboraciones y la conversación que tuve en la sala de mi casa con Santu Mofokeng. Trabajar juntos no es siempre “generoso”: los colaboradores tienen sus agendas, intereses y conflictos. Esto puede ser la problemática a la que se refería al decir que trataba con estructuras en vez de con personas, o cómo yo diría, con personas como instituciones. La cooperación y la colaboración son dos cosas muy distintas, ya que la última está mucho menos claramente definida, es mucho menos ordenada y mucho más orgánica. La colaboración es como el amor —o más bien como enamorarse, sólo lo romántico—, llevado por la adrenalina, al principio, y efuórico cuando ocurre. De ninguna forma justa ni igual, nunca sencilla, fácil ni limpia. En términos ideales, la colaboración funciona como una relación interdependiente, pero como toda relación, acaba con cierto grado de codependencia, y a veces contra-dependencia y, por más que cause desencanto, disonancia y desacuerdo, está impulsada por deseos, aspiraciones, ansiedades, inseguridades y hábitos individuales. Hay una aceptación biológica, que introdujo Sebastian, que de alguna manera se acomoda de manera perfecta al uso de la palabra host en la década de 1850. Describe la relación entre host y parásito como una relación abusiva: el parásito se alimenta del host. Cita a Michel Serres (causándome ganas de pedirle a Wittgenstein que se una a la conversación para escuchar su respuesta): el parásito parasita al parásito. He allí mis ideas, o más bien reflexiones, y te agradezco por haberme dado una razón para escribir, de alguna forma, esta reflexión más bien tardía sobre algunas cosas. Y aunque me doy cuenta de que me fui por varias tangentes (y recorté algunas cosas al volver a leer partes de lo que escribí) espero que sea lo suficientemente coherente… Por lo visto así es como la “idea-color” cambia con las estaciones en las mentes arboladas. En retrospectiva, eliminaría algunas partes de la plática que di en México, como la del valor del egoísmo mutuo (o como de manera amable lo reformuló alguna vez un psiquiatra, “autoplenitud”), o peor, abuso mutuo. No creo que eso sea necesario. No puedo evitar pensar en las cosas que figurativamente se desmoronan, o palabras que persiguen a escritores y a oradores después de ser concebidas y pronunciadas. Puede ser un cliché (aunque es tan cierto), pero creo que las personas deberían mutuamente dar más y tomar menos. Como predisposición, permite que se desarrollen cosas más interesantes, más allá de las expectativas. También: quizá llegué a México en un estado de desconcierto por los sucesos personales y políticos que estaban ocurriendo, y no tuve tiempo de crearme expectativas, que es por lo que después se convirtió en esa maravillosa serie de encuentros, sorpresas e ideas. Espero que ambas escribamos más (¡y que nos escribamos más, también!) y que nos mantengamos en contacto. Estaba intentando formular una última oración, pero creo que ya hace mucho que abandoné el intento de coherencia: “Saber dar, perdonar, y no siempre acaparar, amar y no abandonar” (¡creo que nada más estoy diciendo eso porque rima). Te mando cariño desde donde por fin se está instalando el otoño después de lo que parece un insomnio primaveral interminable.

Sarah


Texto de la hospitalidad