El temor a que nuevas instituciones sean imperfectas, no debe justificar la aceptación servil de las instituciones actuales.
Iván Illich, “Palabras a los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico, Colación de grados, 1969”.
Durante las décadas de 1990 y 2000 hubo en México un contado número de colectividades de artistas que se reunieron en espacios autoorganizados con propósitos de estudio y exhibición de obra. En años recientes estas formas han proliferado a la par de una cantidad considerable de nuevos espacios de exhibición privados y gubernamentales, colecciones y centros de enseñanza artística.
Los motivos para la conformación de espacios de reunión, estudio y exhibición son enunciados de diversas formas por quienes participan de ellos, sin embargo, la producción de visibilidad para sus integrantes suele predominar sin enunciarse abiertamente; es decir, parten del deseo individual para el cual la asociación localizada resulta pertinente. Actualmente la gran mayoría de estos espacios expresan el triunfo de una poética individual regulada bajo la lógica de la pequeña empresa. Esto evidentemente es una generalización, pero me interesa partir de ahí para preguntar cómo se enmarcan nuestras prácticas en el contexto de un territorio violentado constantemente por la desregulación económica, la fragmentación y la guerra civil que éstas desatan. ¿Qué enuncian nuestras prácticas desde este espacio y qué narrativas producen? ¿Qué estamos aprendiendo de ellas?
En Un mundo ch’ixi es posible, Silvia Rivera Cusicanqui se refiere a las palabras mágicas como aquellas que han sido subsumidas por sistemas de gobierno, términos que se han vaciado de su potencia política por el uso indiscriminado. Podríamos agregar que este uso se ha hecho en un sentido más estético que ético o, pensándolo de otro modo, más como retóricas que como prácticas. Autogestión, comunidad e independencia son algunos de estos términos que, a fuerza de repetición, han perdido sentido, o más bien, han adquirido otro contradictorio al enunciarse desde la lógica internalizada de la industria cultural: una narrativa donde pareciera que nos referimos a formas de emprendedurismo precario inscritas en redes gremiales.
Para tratar de pensar las contradicciones desde una posición distanciada que le haga preguntas a estas palabras mágicas recurriré a un par de organizaciones que han optado por instituirse frente a la crisis persistente de los contextos en los cuales se inscriben e indagan en otras narrativas: Beta-Local en Puerto Rico y KUNCI en Indonesia.
Beta-Local es una organización sin fines de lucro fundada en 2009 por Beatriz Santiago Muñoz, Tony Cruz y Michy Marxuach. Su estructura organizativa está basada en la codirección rotativa a cargo de tres personas que son relevadas de forma escalonada cada dos años. Actualmente está dirigida por Sofía Gallisá Muriente, Pablo Guardiola y Michael Linares y lleva a cabo la mayor parte de sus actividades en la Casa del Sargento, un espacio bajo préstamo de uso por el gobierno de la ciudad ubicado en Viejo San Juan. Sus programas centrales son The Harbor, un esquema de residencias sin demanda productiva que apuesta por establecer relaciones de largo aliento con artistas, investigadores, curadores y otros agentes; La Práctica, un programa interdisciplinario de investigación y producción cultural de nueve meses para artistas puertorriqueños y algunos invitados externos y La Iván Illich, una escuela abierta transdisciplinaria que busca fomentar la colaboración y el pensamiento crítico desde una noción amplia del arte.
Beta-Local está enfocado en que los artistas puedan existir en el contexto de crisis prolongada y creciente de Puerto Rico. [1] Marxuach plantea esto como fundamental pues no hay discusión, proyecto o institución sin los artistas. En ese sentido, sostiene que como institución debe pensarse constantemente para ser consecuente con esto y establecer relaciones con los artistas y sus formas de producción que no estén mediadas por una noción de agenda institucional con fines comerciales o la instrumentalización de las prácticas como remedos de programas sociales de mitigación. [2] Este entendimiento de la función de una organización para el sustento de una comunidad de artistas en el marco de la crisis evoca la instrucción de colocarse la máscara de oxígeno uno mismo antes de ayudar a alguien más a colocársela que repite la tripulación de un vuelo antes del despegue. En el caso de Beta-Local, hay un entendimiento de que es primordial mantener en pie a la institución para permitir que los artistas no estén sujetos a condicionantes económicas para producir. En ese sentido, Marxuach plantea que han dedicado mucho tiempo a pensar qué es una organización y cuáles son las formas de organizarse. [3]
En 2016, KUNCI Cultural Studies Center, una organización creada en 1999 para fomentar el pensamiento crítico entre márgenes disciplinarios establecida en Yogyakarta, Indonesia, [4] inició un programa llamado School of Improper Education, que, como ellos mismos describen, se trata de un experimento alrededor de la sostenibilidad material e inmaterial de las economías organizativas. [5] La School of Improper Education parte de la premisa de no definir de antemano aquello que debe ser aprendido, sino de encontrarlo en conjunto durante el proceso de estudiar juntos y preguntarse el sentido de ese “juntos”. Es decir, proponen acercarse al estudio como una reflexión intersubjetiva que está imbricada y es constitutiva de una praxis cotidiana. La School of Improper Education plantea la posibilidad de indagar en las formas de organización como una pedagogía inestable que trabaja desde una economía afectiva. Etimológicamente, economía tiene su origen en el griego οἰκονομία, de οἶκος (casa) y νέμειν (distribuir o administrar); en ese sentido es importante diferenciarlo del concepto de economía política, que es el que solemos asumir al hablar de economía y que se vincula al estudio de las relaciones de producción.
Si pensamos en este primer sentido del término como la distribución o administración de la casa podemos entenderlo desde su organización; la casa como un espacio cuya organización históricamente se ha ligado al trabajo femenino no remunerado y no reconocido. Silvia Federici ha señalado que una de las consecuencias históricas más graves del capitalismo es la escisión de la vida humana entre la producción de mercancías y la reproducción de la vida. [6]
En un afán por desterritorializar los términos y repolitizarlos, me interesa pensar la economía en su vínculo directo con la reproducción de la vida y las formas de organización no mediadas por la mercancía —por su valor de cambio—, sino por su valor de uso. Para pensar en las formas de organización de lo común como una pedagogía inestable considero central pensar en compartir el proceso de aprendizaje como una reflexión intersubjetiva.
En La razón neoliberal, Verónica Gago propone hablar de economías barrocas como formas de resistencia y sobrevivencia frente a la violencia de las políticas económicas que predominan en nuestros países, en donde lo informal es una fuente instituyente y una fuente de inconmensurabilidad en el sótano de la economía neoliberal. [7] Es decir, nos invita a pensar lo informal como principio de realidad, como una dimensión de praxis que busca nuevas formas y como un desborde que obliga a inventar “nuevas fórmulas de convención del valor” y a producir mecanismos de reconocimiento e inscripción institucional que transitan, usufructúan y gozan “relaciones familiares, vecinales, comerciales, comunales y políticas” que exploran formas otras de producción, circulación y organización de dinámicas colectivas. [8]
Beta-Local encuentra su razón de ser en establecer condiciones favorables para que los artistas no tengan que irse de la isla. Se trata de una urgencia concreta que demanda indagar en formas de organización y establecer una estructura flexible de soporte real que me gustaría pensar desde la noción de informalidad propuesta por Gago.
Lo que considero central en las estructuras inestables de aprendizaje de Beta-Local y KUNCI está, entre otras cosas, en la dimensión de praxis de sus procesos organizativos como aprendizajes —entendidos como ejercicios de transformación desde la imaginación política, como plantea Mônica Hoff—. Hoff sugiere que compartir los procesos es central, pues “no sólo tiene que ver con ‘compartir tareas’, sino compartir aquello que nos toca profundamente y que, al ponerlo sobre la mesa y compartirlo con el otro, se empieza a negociar y construir juntos hasta llegar a un lugar, a un algo común.” [9] Esto último está enunciado en la descripción inicial que presenta a la School of Improper Education: compartir los procesos para juntos definir los objetivos de la propia escuela. Definir en conjunto la forma de uso de los espacios, las formas de relacionarnos entre nosotras, el contexto en que nuestras prácticas se inscriben, la memoria y el lenguaje con el que se construyen las narrativas, así como las estructuras de gestión para sus sostenimiento.
Existen organizaciones cuyo propósito es tan inestable como sus formas de organización, y que no sólo cambian las preguntas constantemente, sino que a su vez fluyen en periodos cortos para dar paso a otros procesos debido al desgaste, la frustración o simplemente el deseo de cambio. ¿Necesitamos que estas estructuras perduren, se instituyan?
Es en la forma en que estas prácticas se sitúan en su contexto específico en donde las preguntas sobre el rechazo a la estructura, el sometimiento a derivas presupuestales y afectivas cobran sentido. Sofía Gallisá, codirectora de Beta-Local, considera centrales las preguntas acerca del desgaste en la construcción de instituciones llevadas por artistas. Ser “nuestros propios jefes”, gestionar recursos para sostener el proyecto y las demandas programáticas en un espacio con las características de Beta-Local se relaciona con el flujo entre la estructura e ideología de un espacio dirigido por artistas con la de una organización sin fines de lucro con un equipo de tiempo completo con un sueldo fijo. [10] ¿Cómo romper con las limitaciones impuestas por la profesionalización para evitar el desgaste de la burocratización de los procesos y el desmantelamiento de la potencia de aprendizaje? ¿Cómo mantenernos en un espacio de gozo y apertura a aprendizajes colectivos? Marxauch plantea que en Beta-Local buscaron formas de conocimiento que no estuvieran inscritas en la lógica de la interdisciplina sino en aprendizajes colectivos de quienes se reúnen a aprender juntos o compartir algún conocimiento sin someterse a una demanda productiva. [11] Esta vocación requiere de la corresponsabilidad de quienes participan de los diversos procesos de la organización a lo largo de un tiempo largo y no mediado de convivencia que no forzosamente busca resultados, pero sí compartir procesos y apertura al contagio, la fricción y el disenso. Se trata de una relación recíproca de resonancia entre personas y la organización, un aprendizaje situado que no se basa en un contexto fijo, sino que va cambiando conforme éste cambia.
Crear espacios de intercambio de conocimiento abiertos, gratuitos y accesibles es materialmente costoso y demanda garantizar una estructura de gestión que lo soporte. Posibilitar una economía no mercantil del arte y la producción cultural, es decir, que no esté supeditada a la venta o comisión de obra, a la inscripción en marcos expositivos o a otras formas de instrumentalización, requiere de una imaginación política que permita nuevas fórmulas de producción de valor y otros mecanismos de reconocimiento que no estén inscritos en la lógica de la industria cultural. Y que además resista y sobreviva a esta lógica desde la refuncionalización de sus herramientas, que la intervenga desde la informalidad y utilice lo que le sea pertinente dentro de dinámicas colectivas que no se sometan al tiempo de la demanda productiva. En ese sentido, se trata de pensar en indagar en formas de organización como pedagogías inestables basadas en el cuidado del trabajo doméstico y la reproducción de la vida, usualmente invisibilizados, no reconocidos ni remunerados. En el imaginario de la división capitalista del trabajo, el trabajo doméstico, de reproducción y de cuidado aparecen del otro lado de la línea de la profesionalización, —que se basa en el perfeccionamiento técnico, la individualización y la competencia—, mas forman parte central de las relaciones sociales de producción. [12] Raquel Gutiérrez Aguilar asume como punto de partida y eje de lo político lo relacionado con la producción, defensa y ampliación de condiciones para la reproducción de la vida en su conjunto. Utiliza la expresión ‘política en femenino’ para establecer un sentido de inclusión “que es difícilmente analizable desde cánones clásicos de comprensión de lo político predominantemente masculinos y ligados a la acumulación de capital asentados en la consagración de términos de pertenencia“. Gutiérrez se enfoca en la reproducción de la vida material, “centro de atención tradicional de la actividad femenina no exclusiva pero sí crucial [, …por] su calidad expansiva y subversiva [que] se afianza en la posibilidad de incluir y articular la creatividad y actividad humanas para fines autónomos.” [13] La política en femenino que propone abre claves de intervención práctica para articular las formas de organización como herramientas inestables de aprendizaje fuera de la demanda productiva de la acumulación gestionadas en común desde la propia definición de objetivos de estos aprendizajes, de sus centros de reunión y las prácticas en conjunto.
Lo informal como principio de realidad y dimensión de praxis de reflexión intersubjetiva en el marco de la economía neoliberal, inscrito en una economía afectiva como política en femenino, puede establecer espacios dialógicos que cambien las preguntas alrededor de las palabras mágicas para repolitizarlas en consecuencia con una práctica situada en el contexto de la guerra civil a la que la desregulación y fragmentación han sometido nuestro entendimiento de las formas de establecer espacios de reunión, estudio y producción cultural. Poner en el centro la organización como una forma de aprendizaje tiene la potencia de inventar nuevas ponderaciones del valor y producir mecanismos de reconocimiento e inscripción institucional que escapen a la normalización de la instrumentalización que la lógica de la industria cultural parece instaurar hegemónicamente. Para ello es necesario compartir los procesos y no sólo las tareas.
Este texto está escrito en diálogo con Sol Aréchiga Mantilla, Gabriela Castañeda, Claudia y Citlali Córdova, Sofía Gallisá Muriente, Mônica Hoff, Willy Kautz, Sofía Olascoaga y Lorena Peña Brito.
Este texto se publicó originalmente en la sección de Gabinete de la página de la Cátedra Extraordinaria Mathias Goeritz 2017-2018.