Silvia Gruner

Exposición
28 junio, 2007
Silvia Gruner
28 de junio – 16 de septiembre, 2007

Después de importantes exploraciones tanto en el panorama de la edificación, como en la ubicación del arte en el flujo urbano: el Museo Experimental El Eco, la casa de Temixco, las Torres de Satélite, o la planeación de la insólita Ruta de la Amistad que enmarcaría a la Olimpiada cultural de 1968, el artista Mathias Goeritz colabora de nueva cuenta con un arquitecto mexicano,  Ricardo Legorreta, en el proyecto del hotel Camino Real.  Este proyecto recuperó, además de las cualidades de impacto y la elegancia de aquellos otras obras, buena parte de la esencia de la arquitectura emocional  de Goeritz, generando un espacio de relación simbólica-habitable mediante elementos escultóricos que se fusionan con el diseño complejo. 

La enorme celosía que enmarca la entrada principal del hotel, es un cuerpo modular color rosa que se erige como el emblema del conjunto, un brocado geométrico delante del concierto de amarillas y blancas mangas arquitectónicas que conforma el patio interior y una perfecta zona vestibular para los visitantes y sus transportes. Ahí mismo y nuclear, se encuentra una fuente efervescente, elemento que proponen sus autores como una escultura en movimiento constante. La fuente del Camino Real es un detonante que irremediablemente conduce a una contemplación de las formas, en una suerte de “instrumento alquímico que conduce y guarda el examen del espacio interior” (como lo describiera Carl Jung).

Fue a partir de un acercamiento a ese entorno que surgió Centinela (2006), instalación de Silvia Gruner (México D.F. 1959), que retoma los elementos psíquico-plástico-arquitectónicos del Hotel Camino Real. Inmersa en ese ámbito la artista confronta sus pensamientos con el ánimo inestable y la entidad voluptuosa de la fuente, quizá expectante de una revelación vital que determine equitativos grados de sinergia. O incluso, en una consecuencia más afín a algunos parámetros menos exaltados que Goeritz -harto del protagonismo de muchos artistas- identificó como una humilde traslación del “yo” hacia una experiencia asociada con lo más substancial. O la remembranza de la batalla de Narciso, tratando de conquistar su reflejo en la turbulencia… a lo mejor representando la lucha de ella o de cualquier otro artista en el presente aciago.

De correr la reflexión en el plano de la experiencia particular que ha vivido Silvia, soltando los hilos que refieren a lo de Goeritz y sus poéticas, nos encontramos con un políptico que versa en el renglón ausente de representación alguna que puede uno probar en una amalgama cardinal de colores jubilosos y perspectivas llanas por donde se fugan la batida quimérica, o hasta el grado cero de la escritura melancólica.

A la par de  la múltiple obra que se exhibe en la Sala principal de El Eco, en la Sala Daniel Mont se presenta, Oro Amarillo (2006), instalación que muestra la jornada laboral de algunos trabajadores del mismo hotel, en un tiempo paralelo a la grabación de Centinela. En esta se muestra como los intendentes del sitio reacomodan las piedras de río de una de las fuentes del interior del hotel, resultando el encuadre en una alegoría que bien podría asimilar las evoluciones de un universo dual. 

El movimiento incesante de los elementos contenidos en las dos instalaciones  acreditan una cuota fundamental: la importancia del sonido. Este no se despliega incidentalmente o simplemente acompaña a las imágenes. Más bien, constituye un cuerpo con naturaleza propia, como una sintonía en la tradición milenaria del aliento tras el trance, o un complejo “drone” (a lo Pauline Oliveros, Charlemagne, desde luego post-minimalista). O  una liga de Moebius que certifica la trama vital: la escultura de Silvia, “la mitad del camino”, 1992, que trazaba con alambre el mismo dibujo y guiaba la más grande sincronía de la existencia.

Como sea, pero ciertamente inexacta, “entre la vanidad terrenal y la fugacidad de la vida”, y así continuando su muy característica investigación sucedánea de “pintura-grito”, Silvia Gruner regresa a un marco institucional con una serie de estaciones circunstanciales que la tecnología audiovisual extrapola. Una nueva apuesta de “supremacía de la sensibilidad pura” (como muchos denominaron intrigantemente a la pintura abstracta) repartida por el campo reverbero del emocional Museo Experimental El Eco

Guillermo Santamarina

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Centinela, 2006

Cámara:
Rafael Ortega
Silvia Gruner

Edición:
Silvia Gruner
Alfonso Cornejo

© Silvia Gruner, 2006

Oro amarillo, 2006

Cámara:
Silvia Gruner

Edición:
Silvia Gruner
Alfonso Cornejo

© Silvia Gruner, 2006

La obra presentada en El Eco fue realizada gracias al generoso apoyo de:

SNCA/FONCA

Hotel Camino Real 

Y a las siguientes personas:

Benny Michand, Hotel Camino Real, México D.F., Itala Schmelz, Rafael Ortega, Moisés Micha, Alfonso Cornejo, Libia Moreno, Enrique Arellano, Abaseh Mirvali, Azul y Oli y el equipo del Museo Experimental el Eco.

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Silvia Gruner Nace en México D.F. ciudad en la que actualmente reside.

Estudia Artes Plásticas en Massachusetts College of Art, Boston USA y en la Betzalel Academy of Art and Design de Jerusalem, Israel.

En sus instalaciones mezcla y alterna la fotografía, el video y el cine. Si bien todos ellos se unen por una mirada personal y subjetiva que se fija en los rasgos y gestos aparentemente anodinos pero que definen actitudes y resumen la propia vida; la repetición y la sencillez absoluta, así como la referencia recurrente al entorno cotidiano, a lo usual de nuestras vidas, define un trabajo personal e inclasificable.

Ha expuesto su trabajo y presentado sus videos en los siguientes centros, entre otros: Museo Carrillo Gil, México D.F., Museo de Arte Contemporáneo de San Diego USA; Casa de América, Madrid, España; Centro Wifredo Lam, La Habana Cuba; Museo del Barrio, Nueva York; Segunda Bienal de Johannesburgo, Sudáfrica; Vancouver Art Gallery, Vancouver, Canadá; Bienal de Sidney, Australia; Insite 2000, Insite 1994, Tijuana – San Diego; Frankfurter Kunstverein, Frankfurt, Alemania.


Silvia Gruner