El presente, mañana
Carla Zaccagnini
Junio 06 – Agosto 26, 2018
Curaduría: Magalí Arriola

El 21 de abril de 1960, la campana de una de las primeras capillas de Vila Rica sonó por el nacimiento de Brasilia. Me imagino a la campana siendo bajada del campanario —con cuerdas y poleas, supongo. Me la imagino siendo transportada por las calles angostas y empinadas de Ouro Preto, y de ahí a Belo Horizonte. Me imagino un pequeño avión con un piloto serio. Me imagino el desembarque, la expectativa, la estructura de madera esperando en la plaza. El alzamiento, los nudos, la suspensión.
Me imagino a Amador Gomes saliendo del mismo avión con los ojos en la escalinata. Me lo imagino levantando la cabeza y mirando la nueva capital, que no podía haber visto antes, ni siquiera en fotografías. Me imagino su asombro, compartido por muchos, de cara a un futuro que parecía por fin estar presente.*
El presente, mañana. Retomemos la historia a contrapelo. 1960. Inauguración de Brasilia, capital futurista de Brasil. Carla Zaccagnini (Argentina, 1973) se imagina la campana y aquel que la toca durante el acto inaugural. Se imagina las influencias de los ritmos de las culturas africanas que llegaron al país con los esclavos, infiltrándose en los ritos blancos y cristianos al sonar el campanario de la iglesia cuando alguien muere, más no cuando se le ejecuta por felonía o por traición.



Hubo otro 21 de abril, el de 1792, durante el cual alguien esperó con ansiedad el momento correcto para tocar esta misma campana. Amador Gomes se quedó parado para ser mejor visto. Su predecesor era una sombra en la oscuridad, conteniendose para moverse despacio, sin ser identificado. Y cuando sonó la campana, nadie (o casi nadie) esperaba escuchar su sonido. O al menos esa es la historia que se cuenta. Se prohibió tocar las campanas en todo el país durante el día y la noche de la ejecución de Tiradentes, traidor a la corona. Pero se dice que cuando la noche estaba oscura y silenciosa, los habitantes insomnes de Vila Rica pudieron identificar el sonido conocido de esta misma campana.
Ejecutaron a José da Silva Xavier “Tiradentes”, dentista y oficial militar. A la par de otros doce “conspiradores” que se negaban a seguir pagando los tributos desmedidos a la corona portuguesa, Tiradentes protagonizó el movimiento independentista de los Inconfidentes en Ouro Prieto (antes Vila Rica), en la región de Minas Gerais. Tras ser delatados por uno de sus miembros, la conspiración Minera fue develada en 1789 y los Inconfidentes fueron condenados al exilio, a excepción de Tiradentes quien fue colgado de la horca y después descuartizado. A usanza de la época, sus miembros fueron empalados y esparcidos por donde habían corrido sus ideas, como una señal intimidatoria que habría de servir de ejemplo a todo aquel que intentara organizar una revuelta. La cabeza fue plantada en un mástil frente a la Casa de Câmara e Cadeia de Vila Rica (simultáneamente Cámara y prisión), de dónde desapareció sin dejar rastro.

Se cuenta que antes de ser esparcidos, los miembros de Tiradentes fueron metidos en bolsas con sal. Se dice también que la sal es uno de los remedios para redimir a los muertos vivientes de una vida sin fin; un antídoto para despertar al zombi del embrujo de los muertos y devolverlo al mundo de los vivos. La figura histórica del zombi evoca los espectros de la colonia y de la esclavitud. Lo terrible, se decía, no era rencontrarse con un zombi sino terminar transformado en uno, porque entonces se estaba condenando al trabajo forzado de por vida. Pero Zaccagnini dice creer que todos mueren para siempre (aunque a veces también dude) y, en realidad, la muerte a la que fue sentenciado Tiradentes (en la horca y sin sepultura) se llamaba Pena de morte para sempre. Más no así en el caso de Zumbi.
Zumbi (Zombi, del lenguaje quimbundo: fantasma, espectro; o del lenguaje imbagala: aquel que ha muerto y vuelto a la vida).


Ya en 1680, refiere Zaccagnini, Zumbi, pasaba a ser el líder del Quilombo de Palmares —un territorio independiente al noreste de Brasil regentado por esclavos fugitivos. Habiendo asumido el poder, Zumbi revirtió los acuerdos alcanzados por su predecesor con la corona portuguesa que le otorgarían libertad solo a aquellos esclavos de descendencia africana que fueran Palmarinos: No habría paz a menos de que la libertad fuese para todos. Y nunca lo es. El gobernador de Pernambuco decidió invadir y destruir el Quilombo de Palmares, tras lo cual Zumbi escapó herido. Sería delatado y ejecutado; su cabeza —que ya había perdido un ojo— sería trasladada en una bolsa de sal para poder ser expuesta en la ciudad de Recife e intimidar a aquellos que creían que Zumbi era inmortal. Y quizás si lo fuese, ya que los mitos sobreviven, se transforman y reverberan.
¿Qué sonido es este, que solo esta campana puede producir? ¿Cuál puede ser la calidad auditiva que hizo necesario que esta campana y no otra vibrara el mismo día de años tan diferentes? ¿Cómo es este sonido capaz de rendir homenaje —de manera secreta o pública, clandestina u oficial— tanto al traidor que se volvería el primer héroe [Tiradentes] como a la ciudad construida para ser la tercera y última capital de este país [Brasilia]? Me imagino este sonido y sus ecos en uno y otro lugar…
Hoy las percusiones de esa campana, a veces lentas y por momentos presurosas, recorren las superficies minimalistas y asimétricas de un edificio modernista que condensa la abstracción matérica del oro y los ornamentos del barroco colonial; la nostalgia prematura por un futuro que se hizo presente a costa del heroísmo, del martirio y la traición, de los cuerpos mutilados de hombres y mujeres y de una mirada truncada. Zaccagnini responde a la necesidad misma del propio espacio de crear una atmósfera ritual que no fuese necesariamente religiosa, pero que sí transmitiera una elevación espiritual y pudiese generar un sentido de comunidad; y en dónde los ecos inscritos en el metal de la campana y referencias cruzadas enlacen las narrativas dispersas en las que la historia oficial aparece como un pie de página.





Pero volvamos al punto de partida que también fue el punto de llegada.
Uno puede entender por qué Brasilia fue el terreno propicio para esta retribución, para empezar de cero. Uno también puede entender las ventajas de hacerlo sutilmente, conectando estos dos momentos históricos a través de la presencia del sonido abstracto de una campana. Sin embargo, uno no puede evitar pensar en ese lapso. En el pequeño desliz o el grave error de recordar la insurrección mediante el día de su castigo y el lamento de su represión. Luego vino el futuro: desde esta misma plaza central de esta nueva capital proyectada para tiempos mejores, miles de nuevos asesinatos fueron ordenados por el estado durante las décadas siguientes. Y ninguna campana sonó.
* Los textos en cursivas son extractos del ensayo de Carla Zaccagnini presentado durante el seminario “Fábulas de los muertos vivientes. Una historia alegórica de América Latina” que tuvo lugar en Tecoh, Yucatán, los 26, 17 y 28 de abril de 2018. Tanto El presente, mañana como dicho seminario forman parte de El círculo que faltaba, un proyecto más amplio iniciado por la Fundación Kadist y cuya manifestación final se presentará como una exposición en el Museo Amparo de la ciudad de Puebla, en julio del 2019.