Conversación con Galia Eibenschutz
Desde hace un tiempo se ha producido en el arte un redescubrimiento del cuerpo. Quizás ésa es una de las razones por las que cada vez se incorporan más los performances y las artes escénicas a los discursos curatoriales y museísticos. Se habla incluso de corporalidades como una suerte de campo de estudio que reúne y comparte varias disciplinas tanto de los estudios culturales y humanísticos como también políticos y económicos. Sospecho que este elemento se incorpora a la reflexión artística por varias vías que valdría la pena indagar en un ensayo más exhaustivo. Aunque ahora éste no es el lugar para ello, sí es con ese ánimo con el que he querido plantear una breve conversación con Galia Eibenschutz, una de las artistas que ha trabajado de manera constante en el riesgo que supone poner el cuerpo en la obra. Esto significa que no se podría entender el dibujo, es decir, el ejercicio de la representación, sin la acción y el ritmo de la respiración de quien lo ejecuta.
Conocí a Galia hace muchos años. Es posible que en ese momento ninguna de las dos tuviera plena consciencia en lo que devendría el trabajo y la investigación personal de cada una, pero recuerdo que en ese delirio juvenil y despreocupado comenzó, literal y metafóricamente, a dar sus primeros pasos en el ejercicio de reunir elementos que entonces parecían desarticulados y difíciles de asociar, como son el baile y el dibujo.
Intento evocar en el tiempo alguna imagen de esos primeros encuentros y recuerdo los trazos en el suelo de unos pies bailando. Ésa es una imagen que creía olvidada y que regresa a mi mente muchos años después. La necesito y la agradezco a la hora de recomenzar la lectura de sus trabajos más recientes, su evolución, así como para pensar acerca de la relación del cuerpo con el gesto íntimo y personal que más tarde se convierte y materializa en expresión plástica.
Que sea con la imagen de unos pies que bailan y que al bailar dejan la huella de su gestualidad con la que comience esta conversación.
María Virginia Jaua. Tu trabajo incorpora la danza y junto con la danza, la música, el dibujo… a veces incluso la voz. ¿Qué aporta cada uno de estos elementos al conjunto de la obra?
Galia Eibenschutz. El eje principal de mi obra es el dibujo, parto de él para desenvolverlo y, de alguna manera, convertirlo en movimiento corporal, movimiento que a su vez genera nuevamente dibujos. Así voy pasando de un medio al otro. Para mí en realidad no hay un cambio de una disciplina a otra, sino que todo es parte de lo mismo. El dibujo aporta el trazo bidimensional en el papel o en el muro, aporta también un registro gráfico que permanece y al cual posteriormente se le puede dar lectura. El de dibujar es un acto peculiar de concentración que tiene una temporalidad definida; es justamente esta manera de estar en la que me apoyo para hacer el vínculo con lo escénico, al construir los performances que a su vez generan los dibujos.
Podríamos decir que mi trabajo incorpora la danza en el sentido amplio de la palabra, ya que es expresión con el cuerpo en movimiento, pero los movimientos que hago o que hacemos en los performances no conllevan una técnica específica y tampoco están apegados a parámetros del arte visual, aún así, me gusta verlo como danza, aunque a veces creo que es más específico llamarle movimiento corporal. En fin, llamémosle danza por ahora…
Entonces, la danza aporta los trazos tridimensionales, la proyección del cuerpo en el espacio arquitectónico aporta energía, ritmo y emotividad. Cuando trabajo con bailarines y el diálogo es afortunado, el material que resulta de este diálogo es muy fértil, de pronto me da la sensación de que es infinito porque se convierte en un ir y venir del dibujo al movimiento y del movimiento al dibujo, y suceden momentos fascinantes que muchas veces quiero derivarlos a un performance. Por otro lado he observado que, en mi trabajo, los bailarines que colaboran conmigo encuentran un espacio liberado de la técnica y de la rigidez de las categorías y etiquetas, lo cual les ayuda a encontrar movimientos distintos a los que sus cuerpos entrenados ya tienen demasiado aprendidos y asimilados.
La música es un complemento; de cierta manera, el movimiento y el trazo provocan sonido o un ritmo y con la música estos sonidos se potencian. Colaboro con músicos porque me interesa ese encuentro con un artista que se comunica con sonidos a partir de un instrumento que lo define y generar un diálogo entre las líneas sonoras del instrumento, las líneas del dibujo y las líneas del movimiento del cuerpo.
La voz es tan primaria como el movimiento y el trazo, la tomo de esta manera. Es una línea de sonido que sale del cuerpo y se proyecta en el espacio. La utilizo de la forma más simple y básica; me gusta que aporta otra textura en el todo.
MVJ. Si la danza, como han dicho varios pensadores y escritores, y como se desprende de la lectura de Nietzsche o de Mallarmé, es la metáfora del pensamiento, ¿qué serían la música, el dibujo y la voz dentro de ese juego de relaciones?
GE. En el caso de la exposición Moverse para nombrar[1] en la que he estado trabajando ahora, las piezas son expresiones concretas derivadas de una acción específica que más que evocar algo, proponen algo. Se genera un espacio poético en los performances en los cuales combino movimiento, voz y música. Es la conjunción de la música, el dibujo, la danza y la voz la que propone un espacio menos concreto, de relaciones en potencia, de momentos efímeros.
MVJ. Por otra parte, esta suma de elementos problematiza la obra dentro del sistema del arte y plantea por lo menos dos cuestiones: la dependencia de la obra del objeto y la fetichización del registro, lo cual va en contra de los elementos inmateriales como la voz o el movimiento. ¿En dónde te sitúas con respecto a estas problemáticas?
GE. Sí, ahí hay una situación con la que me enfrento constantemente. Por un lado, me pongo en contradicción al hacer dibujos que llamo efímeros, que dibujo con pastel que es vulnerable y puede borrarse, pero los presento en un museo en calidad de objetos fijos, intentando conseguir la permanencia. En los performances hacemos dibujos que más tarde podrían ser una pieza, el dibujo de un performance, pero entonces surge la problemática de conservarlos, ya que los formatos, al ser grandes, resultan bastante vulnerables.
En las piezas de video, como la serie de dibujos cinéticos y el video familia, tomo el registro de la acción de dibujar como el generador de una pieza de video que en realidad no es un registro, sino un video como tal. El registro me funciona de manera práctica para el proceso de construcción de un performance pero, en mis piezas de video, el registro es la pieza en sí, la temporalidad y el enfoque son distintos a un simple registro de una danza o un performance. El público está constituido por las personas que están viendo el video, no el público presente en el momento del performance que estaba viéndolo.
Me interesa jugar con estas problemáticas y darles la vuelta. Aunque la verdad, no sé qué tan buena estrategia pueda ser dentro del sistema del mercado del arte.
MVJ. Spinoza dice que buscamos saber lo que es el pensamiento, mientras que ni siquiera sabemos de lo que es capaz un cuerpo… Para ti ¿de qué es capaz un cuerpo?
GE. Pensamiento y cuerpo son lo mismo. Pensamos con el cuerpo. Pienso y me pregunto mientras me muevo, pienso y me pregunto mientras dibujo. La danza es una postura en la vida, cuestionar y cuestionarse constantemente, un dialogar con los otros y ésa es su fuerza y su capacidad transformadora.
El cuerpo es capaz de hacer infinidad de cosas cuando está en sintonía con su totalidad, cuando no se separa mente y cuerpo.
El cuerpo tiene la capacidad de confrontar y de crear empatía, de provocar. Este efecto tan inmediato tiene un potencial enorme.
MVJ. Se dice que la danza siempre es una totalidad falsa. Es decir, no posee la duración cerrada de un espectáculo teatral, sino que es más bien la actuación permanente de un acontecimiento en su vuelo, atrapado en la equivalencia no resuelta entre su ser y su nada. ¿Qué piensas acerca de esto?
GE. La danza tiene una naturaleza efímera pero no diría que es una totalidad falsa. Se podría decir, sí, que es una expresión en vuelo permanente y que, por esta naturaleza, se vuelve inasible. Es precisamente esta naturaleza efímera la que me atrae, la imposibilidad de atrapar el movimiento, el acontecimiento en su vuelo. Mi investigación parte de esta imposibilidad.
MVJ. Sin embargo, en la coreografía se establece también una estructura a la que se puede llamar aristotélica y que comprende el encuentro, el enredo y la separación. ¿Haces guiones coreográficos?, ¿o un diseño mental previo del dibujo? O, el dibujo ¿es el guion que resulta de una improvisación?
GE. Hago guiones coreográficos. A veces son notas en cuadernos con dibujos, a veces son sólo dibujos que funcionan como guion; a veces son dibujos que les muestro a los/las performers para que se familiaricen con el proyecto.
En algunos performances el dibujo es justo el que determina la coreografía, se dibuja el traslado de los cuerpos en el espacio y ese mismo dibujo determina el tipo de movimiento y se convierte en la partitura. En otros performances el dibujo improvisado es el trazo del movimiento que a su vez puede ser posteriormente el guion de movimiento.
Podría decirse que la serie de dibujos efímeros está hecha de partituras de una secuencia de movimiento. Son dibujos que puedo repetir porque sé qué secuencia de movimiento hay que hacer y, por lo mismo, puedo enseñarlos a otras personas. Cada dibujo representa una secuencia diferente de movimiento.
MVJ. Una última pregunta, aunque espero que esta conversación continúe más adelante y podamos profundizar en las reflexiones. ¿Crees que la “virginidad” del sitio en la danza es equivalente a la del lienzo o a la del papel en blanco?
GE. Sí, es lo mismo, es exactamente ese momento de enfrentarte al papel en blanco lo que me atrae y por eso me gusta trabajar con improvisación estructurada, para situarme en ese momento que precede al vértigo que se siente ante la inminencia del clavado.