Por diversas razones que no vale la pena enumerar aquí, me fue imposible asistir a alguna de las exposiciones del Museo Experimental el Eco en 2014. En mayo de 2015 recibí un mail de invitación para participar con un texto en la Revista 2014 (este recuento anual de actividades que, ahora mismo, usted sostiene entre sus manos)[1]. Acepté la tarea, aunque no estuve presente en ninguna de sus muestras, no por cinismo sino porque me obsesiona la idea de escribir sobre lo que no se puede ver. Y resolver este texto puso sobre mi mesa de trabajo precisamente esa pregunta: ¿cómo escribir sobre algo que no pude ver?
Fue así, tratando de contestar a esa pregunta, cómo comenzó esta reconstrucción. Algunas de las palabras fueron tomadas de la documentación de las exposiciones (fotografías, invitaciones, textos de sala), otras las escribí yo; pero la mayoría proviene de espectadores reales que, amablemente, accedieron a hacer el ejercicio de recordar qué vieron y traer desde las profundidades de su sistema nervioso imágenes, experiencias y sensaciones convertidas en palabras. Este texto es, entonces, una especie de conversación. Por eso al final agregué las claves de lectura necesarias para detectar las voces que le dieron forma, aunque me tomé la libertad de cortar y pegar sus palabras, mezclarlas y editarlas sin reparos; éste fue el resultado:
Sujeto no objetivo, Guillermo Santamarina
A la entrada del museo, donde está el pasillo, había un pasaje más bajo —construido con madera—, por el que tenías que entrar agachado. Encontrarse con un túnel y, como Alicia cuando persigue al conejo, dejarte caer en un agujero temporal. Personajes disfrazados de ratas deambulaban y modificaban anárquicamente la instalación. Eran estudiantes, o gente que contrató Guillermo. El ambiente era oscuro y los ratoncitos eran agresivos, te molestaban, te hostigaban. Era muy raro. Muy loco. En la parte de arriba estaba toda su colección de discos, clasificados en un mueble enorme, algunos se podían tocar. Fue ahí donde uno de los ratoncitos me empezó a molestar, me quitó un disco, me empujó, me dijo algo que no recuerdo. La exposición ponía en juego el constante diálogo entre lo objetivo como racional/normativo y lo subjetivo como puro flujo de emoción y sensación. Ahí el punto de encuentro: desafiar al espectador a transitar, a observar, escuchar o estar atento a las acciones de los personajes. La exposición involucraba música, pintura, instalación y performance. Había piezas abajo, pero no las recuerdo a detalle. La única salida era ese mismo pasillo por el que habías tenido que pasar agachado.
Los Hartos (otra vez)
Uno de los pensamientos que tuve mientras recorría la pequeña sala es cómo las generaciones cambian y los discursos siguen igual. Creo que si Goeritz viviera, volvería a sacar el manifiesto de Los Hartos sin cambiarle una sola coma. La muestra era una rememoración y se integraba básicamente por documentos: las fotografías de las acciones que la hama de casa (Consuelo Abascal de Lemionet), el harquitecto (Pedro Friedeberg), el hintelectual (Mathias Goeritz), el hilustrador (José Luis Cuevas) y muchos hotros, realizaron el 30 de noviembre de 1961 a las 7 pm, en la galería Antonio Souza. “Otra vez”, dice la invitación de 2014, porque otra vez estamos hartos de la pretenciosa imposición de la lógica y de la razón, del funcionalismo, del cálculo decorativo y, desde luego, de toda la pornografía caótica del individualismo, de la gloria del día, de la moda del momento, de la vanidad y de la ambición, del bluff y de la broma artística, del egocentrismo consciente y subconsciente, de los conceptos fatuos, de la aburridísima propaganda de los ismos y de los istas, figurativos o abstractos. Hartos también del preciosismo de una estética invertida; hartos de la copia o estilización de una realidad heroicamente vulgar. Hartos, sobre todo, de la atmósfera artificial e histérica del llamado mundo artístico, con sus placeres adulterados, sus salones cursis y su vacío escalofriante. Reconocemos la necesidad de abandonar los sueños ilusorios de la glorificación del yo y de desinflar el arte. Me hubiera gustado que recrearán las acciones de esa noche, aquella “Confrontación internacional de hartistas”. Volver a tener al haprendiz (Octavio Asta), al have (Inocencia) y al hobrero (Benigno Alvarado), representados por alguien más, todos ahí reunidos. Hacer ese viaje en el tiempo que, aunque triste, sería importante para darnos cuenta de si realmente nos hemos movido de ese lugar del que ya estábamos hartos desde antes de nacer, hace más de 50 años.
La victoria sobre el sol, Alan Poma
Ocupen en las nubes, en los árboles y en los balleneros bajíos sus lugares antes de que suene el timbre. Tercera llamada. Sala llena, algunos personajes esperan sentados bajo la proyección. Lo que más recuerdo son las imágenes de la nasa, que son parte de la adaptación de la ópera futurista de 1913. Esas imágenes son de satélites, pero son muy extrañas porque están en blanco y negro, con textura, de baja calidad, y además tienen información geográfica y coordenadas. Recuerdo la voz: “No sé si te escucho o imagino el sonido… Pude lograrlo, pude salir de mi cuerpo…”. Una voz que, de alguna manera, estaba ocupando el espacio en simultaneidad con las imágenes. Los momentos escénicos construían una energía única. Estábamos presenciando los instantes previos al fin del sistema solar. Y recuerdo que esa energía estaba presente en la incomodidad del espacio, en la extrañeza de ver una ópera en un lugar así, en los vestuarios, en los personajes —el enemigo, el enterrador, el deportista, el viajero por todos los siglos— y en su lenguaje irreal:
yu yu yuk
yu yu yuk
gr gr gr
pm
pm
dr dr rd rd
y y y
k m kknnl kk m m
ba ba ba ba
Había un total asombro ante lo que estaba aconteciendo. Una sensación de futuro y obsolescencia de la forma. Al final el Sol muere. Luces chillantes. Eso fue lo que más me gustó: el extrañamiento.
Los Torneos de la Escuela de Valparaíso, Manuel Casanueva
No conocía la escuela de Valparaíso, la descubrí con esta exposición. Me fascinó la posibilidad de pensar la arquitectura desde el cuerpo. Casi siempre se asume la existencia del cuerpo en un espacio arquitectónico, de ahí los renders con personitas y tal, pero nunca pensamos desde la experiencia corporal del arquitecto como primer paso para acercarse y pensar una construcción. Eso me pareció increíble, los juegos y ejercicios con pelotas enormes o zancos, con reglas completamente caóticas. Por ejemplo: todos parten de un punto, cada uno tiene que correr en una dirección distinta a la de los demás. Y fin. Correr en cualquier dirección, y ya. Es una competencia que no tiene la capacidad de cerrarse y cumplir con lo que tiene que cumplir (que sería darle a alguien el mérito de ganar). Una carrera en la que no hay meta. Sus torneos se concentraban en dislocar el sistema: ya fuera en un juego, en la geometría de lo arquitectónico o a partir de pensar cómo debe o no ser habitado un espacio y por qué.
Hegelian Dancers, Ericka Flórez (en colaboración con Juan Francisco Maldonado)
Duró una noche. Estábamos Juan Francisco y yo en paredes opuestas, adyacentes. Sobre cada una de estas paredes se proyectaba un video distinto. Fue una conferencia performance que escribió Ericka y que trabajamos entre los dos para la versión escénica.
Tenía que ver con el cuerpo como una dialéctica. Arriba de la cabeza de Juan Fran estaba una traducción al inglés de lo que yo iba diciendo, y encima de mi cabeza estaba el material visual. La salsa y la cumbia se convirtieron en ejercicios políticos. Usar el cuerpo para aprender cosas que usualmente se aprenden desde lo racional. El baile como una pedagogía subversiva para reflexionar sobre cuestiones éticas y filosóficas. El baile y el poder. Una imagen se me quedó grabada: un desfiladero muy estrecho por donde va caminando un indígena que lleva sobre los hombros a un español. Ericka citaba a un antropólogo —del que no recuerdo el nombre— que, a partir de esa pintura, se preguntaba ¿quién tiene el poder ahí? La situación es complicada: uno podría decir que el español porque está subido sobre él, pero están en un desfiladero y el indígena tiene también la capacidad de tirar al español en el abismo. Estos puntos o nudos gordianos de la dialéctica del poder, en los que no es tan fácil determinar quién está sometido o cuál es la derecha y cuál la izquierda, son parte de las reflexiones que había en el texto.
Era muy bonito: su idea de la tridimensionalidad de la danza, del ritmo en términos dialécticos, jamás se me habría ocurrido pensarlo así. En el centro de la salita, entre las cortinas de Felipe Mujica, se armó la coreografía y terminamos bailando con todo el público. Primero salsa choque y después hubo como una especie de fiesta de 10 canciones de todo tipo. Recuerdo las caras de la gente moviéndose. Sentí que había un espíritu de alegría por estar bailando en el museo, me dio esa impresión. Estaban contentos. Se armaron unas filas en el público y todos hacían la coreografía al mismo tiempo, todos riéndose mucho, mucho. Al final no había distinción entre la pieza y la fiesta. La síntesis perfecta del triángulo dialéctico. Hubo mucha euforia y nos quedamos hasta más tarde de lo permitido. No sé si había poco o mucho alcohol, pero sé que al día siguiente los guardias pusieron alguna queja por algo. Para ellos fue un lío, no sé si por el horario o por el alcohol.
Claves de lectura. Además de mis palabras, para la sección Sujeto no objetivo utilicé frases de una conversación que sostuve con Arturo Hernández Alcázar en WhatsApp y un párrafo que Cecilia Delgado Massé me envió por correo electrónico. Para el texto de Los Hartos (otra vez) utilicé un correo electrónico que me envió Violeta Solís Horcasitas y un fragmento del manifiesto de Los Hartos, incluido en el volumen impreso Estamos hartos (otra vez), que el Museo Experimental el Eco realizó para la exposición. Para la sección La victoria sobre el Sol utilicé un audio que me grabó Amanda de la Garza, la información contenida en la invitación, frases del video de registro de la puesta en escena de Alan Poma en el Museo Experimental el Eco y, por último, un fragmento en záum (el idioma inventado de los futuristas) del libreto de la ópera escrito por Alekséi Kruchenij y algunas frases del prólogo a la misma de Velimir Jlébnikov. Tanto el fragmento en záum como las frases del prólogo fueron extraídas a su vez de un artículo de Iván García Sala: “El libreto de Victoria sobre el Sol” (Telón de fondo, revista de teoría y crítica teatral, núm. 18, diciembre de 2013, pp. 180-206.) El apartado Los Torneos de la Escuela de Valparaíso es una edición de un audio que me grabó (y me envió por WhatsApp) Juan Francisco Maldonado. En los párrafos de Hegelian Dancers hay dos voces: una entrevista que le hice en persona a Ericka Flórez en agosto de 2015 y los recuerdos que Juan Francisco Maldonado me envió en un audio por WhatsApp. Agregué también algunas frases sueltas del video de registro de la conferencia-performance, cuyo sonido era casi inaudible.