Entrevista a Ericka Florez

Entrevista
13 febrero, 2015

David Miranda [DM]: Si entendemos a la escritura como una serie de códigos para la representación de ideas, podemos decir que el ejercicio de producción de textos es en sí mismo una representación humana, independientemente del tema o carácter de lo escrito.  En este sentido, se puede pensar que dicho ejercicio textual constituye una amplia posibilidad de vinculación con el campo del arte, ¿podrías compartirnos, cuáles han sido tus aproximaciones para vincular estos dos campos de expresión (me refiero al de la edición y al del arte)?

Ericka Florez [EF]: Precisamente mi interés de explorar la escritura desde el campo del arte, tiene que ver con subvertir esa idea de que la escritura es, como tu lo propones, “una serie de códigos para la representación de ideas”. Usualmente se suele ver el texto como un vehículo que transporta ideas. El arte pone el énfasis en la forma, hace que los medios que confirman la pieza dejen de ser transparentes; como a veces pretendemos que sean. Creo que el arte te permite insistir una y otra vez en la opacidad del lenguaje, en las relaciones truncadas entre imagen y texto.

No me gusta pensar que hay una idea que uno tiene clara y que después va y “plasma”. Creo que uno va construyendo el pensamiento mientras escribe; y esa performatividad de la escritura me interesa mucho. Precisamente, la búsqueda hacia una “desintrumentalización” de la escritura fue lo que me llevó al ámbito del arte, como un campo para experimentar con los usos y las funciones del texto. En un primer momento las publicaciones impresas parecían ser el medio ideal para desafiar los roles de la escritura. Inicialmente me atraían como una manera de poner a circular ideas mías y de otra gente, sin pedir permiso. Trabajar con publicaciones implicaba propagar contenidos, saltándose un paso, el de la aprobación del autor (o de quien financiaba el proyecto). Al mismo tiempo, había una seducción con el papel, con la página como espacio. Ahora que lo pienso, creo que la página como espacio me daba menos miedo, me parecía más manejable, que una sala de exposición vacía.

Empecé a conocer publicaciones de artistas. Conocí la revista Valdez (editada por los artistas colombianos François Bucher, Bernardo Ortiz y Lucas Ospina), en el texto editorial de estas revistas decía que a ellos les interesa pensar la revista como medio para un fin artístico. Y creo que eso cambió mucho mi forma de pensar las publicaciones: me empezó a interesar no sólo escribir y editar los textos de otros, sino diagramarlos.

Al diagramar las publicaciones, sentí que había aprendido cosas nuevas sobre la escritura, ahora la entendía de otra manera. La actividad de diagramar implicaba distribuir el pensamiento en el espacio, hacer de la escritura algo espacial; y poner a dialogar imágenes y texto. Descubrí entonces que las publicaciones como medio sintetizaban lo que estaba buscando y no había encontrado antes: procurar una escritura que no sólo se preocupe por el contenido; sino también por la forma (y no sólo la forma textual sino, también, la forma visual). La diagramación sintetizaba lo que era el foco central de lo que a mí me interesaba, y me sigue interesando: las transacciones que suceden entre una imagen y un texto, entre una obra y un discurso que habla de ella.

Lo que me parece importante de este proceso es que encontré en las publicaciones un campo que quizá no se enseña en ninguna carrera de la universidad; es un aprendizaje extra-disciplinar, para-disciplinar o inter-disciplinar, que, en mi caso, construí por fuera de la institución o universidad. Lo que me gusta de hacer las publicaciones “de pe a pa” (planearlas, diseñarlas y meterse en el proceso de impresión) es que se necesita saber de todo un poco: de los problemas y discusiones actuales del arte y la cultura, de diseño gráfico y de literatura.

Fueron en gran medida los talleres de autopublicación que ofrecían en lugar a dudas[1] (espacio independiente que promueve la reflexión con proyectos de arte en Cali, Colombia) que me permitieron crear un modo de acción. Y esto me parece importante subrayarlo, porque es un ejemplo de cómo los espacios independientes que tienen una fuerte apuesta educativa, pueden suplir necesidades no cubiertas por el sistema educativo tradicional, que cada vez es, a mi parecer, más obsoleto.

Últimamente he empezado a hacer curadurías, y me doy cuenta que la diagramación, el trabajo editorial y hacer exposiciones, ambas son una manera de espacializar la escritura, de espacializar el pensamiento, y de juntar cosas para que hablen entre sí. Maria Lind dice que ser curador como ser un editor sólo que con un conjunto de materiales y relaciones más amplio. Alguien hacía una distinción (que quizá ahora sea caduca), la primera se definía como práctica espacial y la segunda como práctica temporal. Lo interesante de la diagramación y de la curaduría es el reto de pensar el espacio, y no pensarlo simplemente como un contenedor.

Ahora lo que hago es experimentar otras formas de circular el texto, trato de replantear el término publicación, y pensar que no necesariamente hay que imprimir para publicar, sino que se trata de “hacer público” el contenido. Últimamente he introducido variaciones al formato de la conferencia. Me interesa mucho esta investigación, que algunos artistas y (pocos) curadores han hecho (Xavier le Roy, Adrian Piper, Rabih Mroué, Mónica Restrepo, Guillaume Desanges, y John Cage), porque cuestiona las divisiones entre las formas académicas y las artísticas de hacer investigación, así como al público respecto a los usos y funciones del discurso. Me interesa porque apunta hacia la desintrumentalización de la conferencia, de los usos del discurso, del lenguaje; que es por lo que me acerqué al arte inicialmente.

DM: ¿Cómo se generó tu interés por desmarcar al ejercicio de la escritura del campo académico y explorar sus posibilidades en el campo del arte?

EF: Pasé ocho años en la universidad estudiando Psicología y hubo un momento en el que sentí que ya había llegado al límite de la escritura académica, o al menos que lo veía muy cerca. Miraba mi futuro y me veía escribiendo dentro de un molde: reportes de investigación y reseñas de artículos. Obviamente hay pensadores y académicos muy especiales que se toman el trabajo de pensarla, pero la mayoría del mundo académico (o al menos con el que yo tuve contacto) sostenía una relación muy instrumental con la escritura. Estaba aburrida de esto y tomé clases de periodismo literario, y aunque encontré muy buenos escritores, también vi una fórmula, un tono y unas estrategias que se repetían mucho.

Sabía que la escritura era algo muy importante para mí pero no encontraba ningún género ni ninguna disciplina en la que me sintiera cómoda escribiendo. Esto era un problema, porque yo escribía mucho, pero no sabía cómo denominar o describir eso que yo hacía, entonces nunca me vi a mí misma como escritora, pues no hacía ni poemas, ni novelas, ni ensayos, ni reseñas, ni reportes de investigación. Tampoco me veía como crítica de arte; porque no me interesaba ese lugar de enunciación. Quizá lo que escribía no eran más que entradas en los diarios “íntimos” y cartas a los amigos… Y ese plano de extrema subjetividad le tiene sin cuidado al mundo académico que yo conocí.

La formación que tuve en Psicología era polar, y eso fue positivo: por un lado, estaba los profesores que abogaban por una Psicología más de corte científico, y con un cierto halo de fé en la “Objetividad” de la ciencia. Por otro lado, teníamos profesores de la tendencia del pensamiento filosófico-especulativo. Esto me permitió ver la ciencia como ficción, y apreciar mucho la subjetividad del investigador; lo que claramente abonó el terreno para mi interés por el arte como un modo de investigación, distinto al científico-académico. Casi toda la carrera de Psicología uno se la pasa haciendo entrevistas, transcribiéndolas y analizándolas. Cuando presentaba análisis de casos me sentía haciendo una especie de literatura, como literatura de detectives; y de ahí se desprenden muchas cosas de las que hago ahora.

Hablo mucho de la época de la universidad porque creo que todo lo que hago, desde que salí de ella, ha sido una forma de tratar de quitármela de encima, de despojarme de todos los vicios intelectuales que me dejó. Me interesa mucho ver en mis textos, y en los de otros, desde dónde se enuncian, qué tanto son capaces de burlarse de su propio poder, qué tanto juegan con el lenguaje; qué tanto contrarrestan o no los usos oficiales de la escritura, de la palabra, de la autoridad.

Sabía que además de mi interés por la escritura, me interesaba pensar en problemas relacionados con la imagen, pero la carrera no me daba opciones o pistas para poner en relación estos intereses. Para la tesis para graduarme como psicóloga, me puse a investigar cómo la democratización de la fotografía había afectado los modos de ver y de construir la subjetividad en el siglo XX. Esa investigación cambió el rumbo de todo porque me pareció mucho más atractivo investigar problemas de la cultura desde el arte, que desde las humanidades.

En esa época, la única opción era pensar en la carrera universitaria que te daría el espacio para existir, herramientas para actuar. En esa época en Cali no se hablaba de curaduría, yo nunca había visto la publicación de un artista ni conocía nada del campo del arte contemporáneo; así que mi opción era escoger alguna carrera que la universidad me ofreciera, y ninguna parecía satisfacer mi “desconcentración”, o mi interdisciplinariedad. En resumen, el no lugar en el que me encontraba (el de tener como medio de expresión más cercano la escritura pero no querer estar en el campo de la literatura ni de la academia y de pensar problemas del sujeto después de la segunda guerra mundial) me llevó a buscar el arte. El arte era el lugar ideal para repensar los formatos, y mientras acaba la carrera de Psicología me inscribí en una de arte.

Fue una clase con el artista y escritor Lucas Ospina, que se llamaba “Publicaciones Artísticas”, la que me llevó a pensar que lo que yo escribía podía existir más allá del diario íntimo. El profesor nos ponía a leer cosas de todo tipo, que no sólo tenían que ver con arte, y para cada clase había que escribir un texto corto, que no tenía que responder a ningún género (ni reseña, ni cuento; podía ser hasta una canción o una receta; lo que fuera). La gente en el curso se permitía escribir como le viniera en gana, y ahí yo escribía mis “vómitos”, escribía para la clase como lo hacía en mis diarios, y al ver que la gente disfrutaba esos textos, me hizo pensar que había un lugar en el que uno podía escribir “degeneradamente”. El cuestionamiento de la división de géneros en la literatura, quizá, ya ha sido bastante discutido, pero en ese momento yo no había tenido contacto con literatos más experimentales. Así que fue desde el arte donde encontré un lugar para experimentar con maneras de cruzar la barrera entre distintas formas y funciones de la escritura.

Con el tiempo, lo que he buscado es la manera en que la escritura se puede contaminar con ciertas reflexiones que se han llevado a cabo en el campo de las artes visuales; pensar de qué modo en el arte se puede cuestionar la escritura como dispositivo. De manera constante, en el arte se reflexiona acerca de los medios o técnicas con los que se configura una obra (Por ejemplo, con la fotografía se reflexiona acerca de la fotografía, lo mismo pasa con la pintura; en ambos casos se han llevado al límite los mecanismos y condiciones de producción que permiten que cierta imagen o acción se produzca), yo he querido llevar este cuestionamiento a la escritura.

Me interesa replantear la relación común entre arte y texto; en la que el texto intenta explicar la obra; o la obra intenta ilustrar un texto. Me gusta pensar que entre la imagen y el texto (o entre obra y discurso) hay una relación amorosa, una quiere atrapar (poseer / explicar / dominar) y la otra no se deja. Es desde esa conciencia del eterno desencuentro, de lo “inatrapable” por el lenguaje, que me interesa escribir.

DM: ¿Quiénes son los interlocutores de tu trabajo y a cuántas áreas más del conocimiento te interesa vincular?

EF: Creo que uno tiene tantos interlocutores, que no los puede enumerar. Creo que los interlocutores son como fantasmas, zombis sin nombre que flotan en la cabeza de uno. Como presencias, y no como personas.

Sin embargo, estando en México, he encontrado muchísimas personas trabajando en cosas relacionadas con lo que yo estoy investigando. La mayoría de esta gente que menciono no la conozco o no son amigos cercanos o frecuentes; pero sus modos de operar y su relación con la performatividad y la escritura, hace que haya iniciado un diálogo imaginario con ellos.

Aquí, he visto que el trabajo de Verónica Gerber Bicecci tiene mucho que ver con mis intereses; tratamos de rastrear juntas por qué nos interesan territorios tan parecidos, y llegamos a algo en común: sus padres son psicoanalistas lacanianos; igual que una buena parte de mi formación universitaria. Ese “entrenamiento” o esa perspectiva lo obsesiona a uno con lo negativo, con lo no dicho, con las fisuras, con la opacidad del lenguaje; fue muy bonito haberla conocido y charlar sobre lo que cada una hacía. Con Luis Felipe Ortega tuvimos una buena conversación sobre los dibujitos que Roberto Bolaño le hace a sus novelas; y él me presentó los libros de Valeria Luiselli, quien ha colaborado en varios catálogos de la Fundación Jumex; al igual que Juan Villoro. La propuesta de algunos catálogos de Jumex respecto a la escritura, me interesa mucho: invitan a escritores a que piensen con ellos cómo hablar de las obras, cómo acompañarlas.

Respecto a esta relación de obra-registro-texto-catálogo, me interesan también varios proyectos del Colectivo AM, un colectivo de danza que conocí gracias a que, durante mi residencia en El Eco, me presentaron a uno de los integrantes, Juan Francisco Maldonado. El proyecto que hicieron en el MUAC sobre distintas formas de representar o no representar una acción en vivo, me gustó bastante porque explora todo lo que se pierde (y lo que se gana) en las traducciones… y un texto sobre una obra, la foto de un performance, o un catálogo son, de cierto modo, ejercicios de traducción. Lo que me interesa de este tipo de experimentos es, de nuevo, que no hay una instrumentalización del medio: no se usa la danza como una herramienta para “hablar de”, sino que se propone pensar en sus coordenadas. Se piensa el lenguaje en sí. Uno de mis mayores interlocutores aquí, en la Ciudad de México, ha sido Juan Francisco, y da la casualidad que uno de sus padres es psicoanalista también.

Aquí me ha gustado conocer la forma de trabajar de Cráter invertido; los proyectos que desarrolla de-sitio, un colectivo curatorial independiente; así como las curadurías de Magali Arriola que unen escritura y performatividad. Aquí conocí a Gabriela Jáuregui, quien también ha tenido una relación muy cercana al arte desde la escritura. Lo que veo es que respecto a Colombia, en el D. F. hay mucho más personas trabajando de maneras interesantes los textos y su relación con el arte. Venir a México ha aportado al crecimiento de ese conjunto de fantasmas, de esas referencias que le hablan a uno, esas que uno quisiera hablarles al oído cuando hace algo.

Por fuera de México y de Colombia, en el último año me he interesado por el trabajo de curadores como Raimundas Malasauskas, Guillaume Désanges, Maria Fusco, Dora García, Hito Steyerl, Bernardette Corporation, entre otros.

Creo que todas las áreas del conocimiento me interesan, porque en general,  una de las preguntas que más me importan es sobre cómo construimos conocimiento (esa es una pregunta psicológica); así que los modelos usados en cada disciplina son algo que me atrae. Me interesa los retos que cada disciplina le impone a la mente, al conocimiento, a la manera de representar y entender el mundo. Me interesa el mecanismo en sí de dividir el mundo en disciplinas. No es que me sienta atraída por disciplinas particulares; sino por explorar las diferencias entre los mecanismos de pensamiento con los que cada una funciona.

DM: ¿Cuál sería la diferencia de tu trabajo, en relación con el trabajo hecho de otros autores desde la literatura?

EF: Bueno, yo no me siento una autora de literatura. Sólo he escrito una pieza de ficción. Soy malísima literata, creo yo. Malísima narrando, no tengo ni idea qué es crear un personaje ni una trama; si es que eso es la literatura. Cuando me leo una novela famosa, premiada, nunca entiendo qué es lo que la hace magistral según los críticos. Cuando leo un texto de lo que sea (una reseña, un texto curatorial, una novela, etc.) me interesa el tono del narrador sobre todo lo demás. Creo que tengo una relación con el lenguaje desde la música. Creo que el tono es el problema más importante en la escritura, porque tiene que ver con desde dónde uno se enuncia.
Tengo un libro de poemas (es autoeditado y en realidad es más como un fanzine)[2], y tengo una novela que escribí como un experimento de crítica de arte en forma de ficción[3]; pero aún así, creo que lo que yo hago quizá no es literatura; al menos no en un sentido clásico. Les regalo mi novela a amigos escritores, pasa una bola de heno, y creo que no les gusta pero ni poquito. Se la pasó a amigos relacionados con el arte, y les gusta, les gusta como gesto. Entonces creo que hay un mecanismo en la forma de escribir, en la forma de producir el texto que toma muchas herramientas del arte y a veces eso quizá cobra más protagonismo que el contenido mismo del texto (aunque esto no me gusta descuidarlo tampoco).

Por ejemplo, el libro (I Kan’t) contiene poemas en torno a la idea de la imposibilidad, y los escribí al revés (de derecha a izquierda en la página). Una vez, por casualidad tuve que escribir al revés durante cuatro horas, y durante ese tiempo descubrí todo lo que cambia en la mente (del sujeto) cuando uno altera algo tan pequeñito del dispositivo (escritura). Escribir así implica llevar casi al extremo de la lentitud la producción de contenido, y cambia la manera en que uno estructura el texto. Al escribir así te hace consciente no sólo del contenido, sino de cada una de las líneas que componen una letra, y del sonido de cada sílaba. Escribir al revés, se convirtió, por un tiempo, en una manera de crear un espacio para escribir lo más lentamente posible. Un espacio personal que le hiciera contrapunto a la velocidad usual con la que producimos textos (todo el día estamos mandando mails, chats, mensajes de texto, informes, aplicaciones, a un ritmo exorbitante).

Mientras estaba escribiendo este libro de poemas, me encontré con una cita de Terry Eagleton, en un texto que se llama “¿Cómo leer un poema?”. En la cita decía algo sobre el desgaste del lenguaje, sobre su instrumentalización. Decía que “la lectura lenta es un modo de ir en contra la corriente de un periodo obsesionado con la velocidad”. Esa cita le ponía palabras a algo que yo intuía con el ejercicio de escribir al revés, que no había podido nombrar.

Desde entonces he hecho varias acciones con esos textos al revés. Por ejemplo para un evento académico sobre arte, escribí un texto crítico al revés y le pedí a alguien que lo leyera en el simposio. El efecto que se desprende de este gesto al parecer tan anodino, es que el lector de un texto al revés, lee como un niño de kinder que apenas empieza a aprender su propia lengua. Eso desespera al público que no entiende qué está pasando, y lo que se pone en primer plano es que la gente tiene mucho afán, y quiere llegar al quid de la cuestión rápido, quiere encontrar el contenido/ significado pronto. Lo que me interesa de esa experiencia es que pone en primer plano la escritura. Quien escribe esos textos al revés, también tiene que escribir lentamente como si apenas estuviera aprendiendo, y debe fijarse no sólo en el contenido de lo que dice, sino en cada línea que forma la letra, en el sonido de cada sílaba. Y eso es una manera de apuntar hacia la materialidad de la escritura, y no sólo pensarla como una herramienta que vehicula contenido.

Una idea que me interesó mucho fue la de “máximo esfuerzo, mínimo resultado” o la de “to do something that leads to nothing”; ideas que están implícitas en el trabajo de Francis Alÿs. Este tipo de mecanismo o ideas que uno comprende con las obras de arte, me interesa cómo proponerlas desde la escritura.

El blanco móvil es una novela que escribí para una bienal de arte que se hace en Colombia (Salón Nacional de Artistas). Le propuse a la curadora del evento fungir como el chofer oficial de la bienal, y presté el servicio de transporte para el público, los artistas, los curadores, etc., durante el cual grababa las conversaciones que tenían lugar dentro del carro. Con base en esas conversaciones escribí una novela que funciona como crítica del evento, pero a la vez lo trasciende. La novela se distribuye con el catálogo oficial, como si fuera parte del registro, o el lado “b” del registro, de lo que pasó.

Como se ve en estos dos ejemplos, me interesa no sólo producir el texto como tal, sino abordar la escritura desde distintos ángulos: pensar el tiempo que uno usa para producir un texto, pensar todo lo que puede cambiar cuando uno escribe de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, si escribe en computadora o a mano, por chat o por email, qué mecanismos previos se utilizan para construir un texto, pensar la escritura como actividad física, como acción, pensar en que la estructura de lo que escribo tienda a la espiral y no a la línea recta ascendente, cómo construir un texto que se contradiga a sí mismo, como diagrama uno su propia escritura en la página, y cómo pone a circular los propios textos. Todo esto implica que uno no está usando la escritura sólo como un contenedor de ideas, sino poniendo a prueba sus límites y funciones tradicionales.

Casi no me interesan los procesos en los que yo produzco un texto y se lo paso al diseñador para que él/ella decida cómo diagramarlo. Para mí lo interesante está en pensar cómo todas esas cosas que mencioné arriba (cómo construyo el texto, cómo lo diagrama, cómo lo circulo, etc.) afectan la escritura.

Para mí era raro decir que yo escribía pero no hacía literatura, que me interesaban los problemas de la imagen pero no era artista. Este problema de la división entre disciplinas y entre géneros de escritura, es algo que he podido ir hilando al hacer publicaciones y curadurías. Y me interesa pensar el arte como un refugio (o un caldo de cultivo) para todo aquello que todavía no tiene clasificación, que no tiene nombre.


[1]  “lugar a dudas es un espacio independiente sin ánimo de lucro que promueve y difunde  la creación artística contemporánea a través de un proceso articulado de investigación, producción y confrontación abierta. Es un laboratorio para fomentar el conocimiento del arte contemporáneo, facilitar el desarrollo de procesos creativos y provocar la interacción de la comunidad a través de las prácticas artísticas. Es, como lo sugiere su nombre, un espacio de reflexión y crítica continua, acerca de las prácticas artísticas y las complejidades que vivimos hoy en nuestro entorno.”

[2] https://printedmatter.org/catalog/36750

[3] http://43sna.com/artistas/florez-ericka/


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