Garrapatas, sanguijuelas y liendres: bichos que se alimentan de nosotros; que nos chupan la sangre; que nos carcomen. Larvas, gusanos y lombrices: especímenes que desintegran nuestros cuerpo al morir. Moscas, cucarachas y escarabajos: seres asquerosos, grotescos y ofensivos que viven y se reproducen en la mierda, comen basura y fruta podrida. Arañas, alacranes y ciempiés: animales ponzoñosos que nos pueden matar con su veneno.
Los artrópodos han sido satanizados a través de la historia: los demonios que asumen la forma de insecto como Balcebú, “El señor de las moscas”; las plagas bíblicas de langostas, piojos y moscas que atacan a los egipcios; la ley kármica del hinduismo que dicta la reencarnación del hombre en insecto debido a sus malas acciones… Y en el arte, está el escarabajo de la pesadilla de Kafka en La metamorfosis; las abejas asesinas del cine hollywoodense de los años setenta, en el que ejércitos de insectos tienen la misión de erradicar a la raza humana.
Insectos humanizados y deshumanizados: muchas veces amenazantes, pocas veces amistosos. El insecto como la manifestación de la Otredad dentro del inconsciente colectivo; aquello que encarna lo imaginario, lo desconocido, lo diferente, lo incierto y lo misterioso. También el insecto como la representación del mal; aquéllo que se relaciona con lo monstruoso, lo pesadillesco y lo terrorífico. Esta visión del insecto es parte del proceso de estigmatización por el cual las sociedades humanas excluyen a «otros» que no encajan en su sociedad u ocupan un lugar subordinado en ella.
La demonización y la deshumanización de un grupo o de una especie, justifica la explotación de ese Otro inferior, alegando razones civilizatorias. Al final sólo queda una necesidad imaginaria de defendernos y una obsesión por destruir, una justificación para someter y un deseo de colonizar, una imposibilidad de hacer autocrítica, de reconocer el miedo, y una tendencia a imputar todo lo malo en ese Otro. La naturaleza (de la que formamos parte) y sus vástagos se vuelven nuestros enemigos.
Sabemos que la filosofía toma como objeto de interrogación y de estudio la realidad en su conjunto y totalidad. La correspondencia del sujeto con esa realidad pensada como «lo otro» da origen a la ontología, en una relación basada en el conocimiento. Los griegos antiguos privilegiaban el conocimiento y planteaban que a partir de éste el hombre se modificaba, se «convertía en» los objetos que su mente alojaba. Se referían a contener lo más luminoso, sustancial y significativo del objeto, su idea (eidos), es decir, su esencia. Consideraban que el hombre se alteraba y se enriquecía con la alteridad que conocía.
Por ello, Artrópodos propone acercarnos al insecto no sólo como el objeto de nuestro conocimiento, sino como el sujeto de nuestra empatía. De una manera no jerárquica y desprejuiciada, buscamos transformar nuestra relación con él. Necesitamos verlo, escucharlo y aprender del insecto para incorporarlo a nuestro ser y así realizar una verdadera metamorfosis.
Héctor Bialostozky