¿SOÑAR EL FUTURO?

En los segmentos anteriores, se ha hecho una revisión histórica, que permite conocer el pasado para entender el presente, todo desde el ámbito de competencia de la arquitectura y el urbanismo y las dinámicas sociales, culturales y económicas que definen la organización espacial, se cierra esta serie de reflexiones con la intención de ver hacia el futuro.

Este segmento es una invitación a soñar con el futuro desde el territorio. Sin ánimo de apelar a un discurso con base a una condición exótica, folclorista ni mucho menos nacionalista, es importante reconocer que el territorio de origen condiciona la identidad de las personas, por lo que no busca lo primero, sino plantea su discurso a partir de la potencia del territorio y la cultura de quienes lo habitan, ademas de evocar la energía vinculada a un territorio, a una latitud, que define una realidad física ambiental, a la condición geológica de la región centroamericana, realidad de un territorio vivo. Lejos de ser voces que hablan viendo desde afuera, como espectadores, son voces que emiten ideas, discursos sentados en la misma mesa es la potencia de la gente.

Con plena consciencia de la ubicación, en una región donde convergen tres placas tectónicas, caracterizada por su mega-diversidad biológica, un clima confortable sin temperaturas extremas.

El modelo económico actual está agotado, a más de cuarenta años de globalización nunca llegó el derrame económico tan pregonado, pero si la sobre explotación de los recursos y la concentración de riqueza, la perdida de calidad de vida, aunque se viva más, la pandemia, la guerra,

la crisis alimentaria, económica, calentamiento global, sobre explotación de recursos naturales, son desafíos y amenazas que debemos abordar para imaginarnos como viviremos y habitaremos los espacios del futuro

En ese sentido, lo utópico mas que resignación, es una invitación a desafiar el poder de lo establecido, buscando de manera creativa procesos mas sistémicos de organización, activar procesos de inteligencia colectiva, que busquen soluciones sistémicas a problemas complejos, balances éticos entre lo individual y lo colectivo, regenerar el tejido social tan dañado, regenerar lo que se pueda de los ecosistemas sobre explotados, aprender de la experiencia del pasado para hacer frente a los riesgos y amenazas que como especie se deben afrontar para garantizar la subsistencia.

Recuperar el rol protagónico del arquitecto en la sociedad, pero no como el maestro de la modernidad, o la estrella del “star system” de la globalización, sino como el organizador local de dinámicas que permitan transformar el espacio a partir de diseñar experiencias sensoriales y gestor de las condiciones para poder ejecutarlas.

La vigencia de algunas ideas de la modernidad que se resisten a morir se ven reflejadas en el Manifiesto de los Metafóricos, los retos que plantea la cultura, la sostenibilidad y la regeneración le dan sentido a la pregunta planteada en la Bienal de Venezia, truncada por la pandemia, ¿cómo habitaremos en el futuro? es ante estas reflexiones cuando cobra relevancia el verdadero concepto de modernidad.