Nuestra casa sería un campamento
Diego Pérez
Agosto 24 – Octubre 20, 2013
Curaduría: Mauricio Marcin

Nuestra casa sería un campamento
En la apariencia del tiempo, corre nuestra vida. Y ésta se sostiene en la dietética y la respiración.
A pesar del surgimiento en el mundo de diversos movimientos veganos –incipiente moda– nuestra época es omnívora: se come todo.
En términos generales el hombre sigue siendo el lobo del hombre. El progreso es el lobo más salvaje y se come al buen salvaje y al tercermundista en desarrollo. Y hay quienes no quieren desarrollo. Diógenes por ejemplo, quien comió pulpo crudo y murió por ello. Él rechazó a Prometeo, que robó el fuego a los Dioses para entregárselo a los hombres, que lo utilizan para quemar la carne y los alimentos: el caldero y la cazuela.
En actitud contraria a Diógenes decidimos participar, con pena o sin ella, de la humanidad. Y podemos congratularnos de lo que el pulgar oponible inició. O no. A quien sentencia “Vivir es un mal”, puede sugerírsele, “No, vivir mal…”

La construcción de una chimenea
Tras sendos viajes a la barra de Coyuca, en Guerrero, Diego Pérez resolvió mover dos toneladas de barro y arena hasta el patio del Museo Experimental El Eco en la ciudad de México. ¿Para qué? Para crear una cocina común, y un hogar temporal [1]. La mesa-cocina sirve a varios fines que el museo procura –además de la exhibición de objetos. El Eco es un dispositivo que presupone acciones y las faculta. La mesa es, a su vez, lo mismo. Está hecha para usarse; que por ella corran el placer y la inteligencia.

Descripción de las transformaciones
Un lado de la barra de Coyuca es golpeado incesantemente por el abierto mar, el otro es suavizado por las ondas del agua de la laguna. En medio de las dos aguas vive Reynold; pescador, cocinero, padre de familia. Reynold hace aparecer a su primo José Luis quien se encarga de sacar el barro del fondo de la laguna. A medio metro debajo del agua, la tierra es barro en perfecto estado para modelar. Ese mismo barro es el que los propios habitantes de Coyuca (y de la costa de Guerrero en general) utilizan para crear sus chimeneas y cocinar ahí los alimentos. Esta técnica constructiva de los fogones se ha transmitido de generación en generación, con variaciones, y continúa bien vigente. Diego Pérez la aprendió de estas personas para replicarla en la ciudad de México.


Una chimenea elíptica
Para la construcción de la mesa, además de la técnica nativa de Coyuca, Pérez aludió la estética de Mathias Goeritz. Como soporte para un comal, las torres de Satélite.
La obra de Pérez supone una estética ética; es objeto de conocimiento y de uso. Contrario a pensar que es útil porque es hermosa, podría decirse de su mesa que es hermosa porque es útil. Lo que alrededor de ella sucederá, no se sabe. Es previsible un pescado a la talla, son previsibles las tortillas en los comales, y los comensales. Para esta ciudad “que es un páramo”, Pérez construye algo similar a un jardín o un refugio, un lugar habitable y público. Puede traer carbón o leña, o un libro, cocinar, cuidar el lugar y pensar la propuesta de Montaigne: Nuestra más eximia y gloriosa obra maestra es vivir como se debe.
Mauricio Marcin


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Diego Pérez (Ciudad de México, 1975) estudió la carrera de Diseño en la Universidad Iberoamericana (IBERO) y en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Entre sus exposiciones destacan; Proyecto para Zona Sur, MACO, Ciudad de México ( 2012); Lo lejano hace señas a lo lejano, Sala de Proyectos Gamboa del Museo de Arte Moderno, Ciudad de México, (2010); Sombra de sol, Künstlerresidenz , Leipzig, Alemania (2008); Obra Negra, Galería del Laboratorio Mexicano de Imágenes, Ciudad de México (2007) ; Mitología Chilanga, Galería de Arte Mexicano, Ciudad de México (2006); Topografía Próxima, Centro Fotográfico Álvarez Bravo, Oaxaca (2006) y Sólo para el viento existen las hojas de los árboles, Celda Contemporánea, Universidad del Claustro de Sor Juana, Ciudad de México (2006).