Paola Santoscoy (PS): ¿Por qué 90°? Entiendo que tiene que ver directamente con la práctica dancística y con los requerimientos físicos de esa disciplina, ¿cierto?, ¿es 90° una declaración en contra de la norma?
The 90° Crew (90°C):
El ángulo de 90° es el ángulo recto que desplazó al círculo en la base de la arquitectura común. The 90° Project lo desplaza a su vez, lo conquista.
Este ángulo se usa como una medida de calidad en el contexto de la danza clásica y moderna. Que un bailarín pueda levantar la pierna 90°, es prueba de cierta garantía de calidad. No es una medida de excelencia, sino de suficiencia. Una posición “neutral”. Es un criterio “normal” y “transparente” que nos indica cómo debe funcionar el cuerpo de un bailarín.
The 90° Project es un viaje a través de éste y otros denominadores de la “normalidad”. Nos acercamos al ángulo de 90° de una manera similar a como lo hace un artista drag. Sin ser para nada leales a la norma, ejecutamos acciones que percibimos como pertenecientes a ella; no tenemos la menor intención de que parezcan “reales”. Al contrario, nos preguntamos cómo podríamos empujar ligeramente fuera de su lugar aquello que dentro del contexto escénico es, en apariencia, neutral. Nos interesa hacer esto para abrir el campo dancístico (y abrirnos a nosotros mismos) hacia otro tipo de influencia, otros cánones de movimiento y otras maneras de hacer las cosas. La neutralidad tiene mucho que ver con la hegemonía, y sacudir hegemonías es interesante. En especial porque nos gustaría que la danza sea explícita en lo que a sus proyectos
182políticos respecta y porque nos interesa tomar los choques entre tradiciones como una razón para debatir nuevas posibilidades. No sólo respecto de la coreografía y desde donde pensarla, sino de la sociedad misma.
PS: ¿Cuál es su noción de coreografía?, ¿cómo describirían esta práctica?
90°C: The 90° Crew trabaja en el campo expandido de la coreografía —y ésta no se considera sólo como el producto de una persona que dirige bailarines—. La coreografía es la organización del tiempo y el espacio, y la danza es tan sólo una de las actividades que pueden organizarse.
En este proceso, trabajamos con una estructura plana en la que todos tuvimos la misma responsabilidad e influencia en cada decisión. También es posible hacer la parte del performer, el productor, el dramaturgo o el coreógrafo, de acuerdo con lo que se necesite.
Éstas son algunas características fundamentales de nuestra manera de entender la coreografía:
1. El esfuerzo sostenido por democratizar (o anarquizar) el hecho escénico. Acortar la distancia entre escena y sala, en pos de un “espectador emancipado”, activo aunque no participe necesariamente. Los cuerpos ya no son los de virtuosos bailarines superentrenados; son cuerpos comunes, no supremacistas. No avasallan el cuerpo del espectador.
2. El cuestionamiento radical de las convenciones características de la danza tradicional. El movimiento ya no se legitima por la emoción o por la apelación a una esencia esteticista, sino que surge como resultado de un dispositivo intelectual que debe respetarse a rajatabla. La evocación y la representación son sustituidas por la presentación “aquí y ahora”, en el tiempo y el espacio comunes entre espectador y escena.
3. El producto se subordina al proceso de creación. Una pieza de danza no es sólo el resultado que se presenta al público; es sobre todo un proceso creativo.
4. Se desestabiliza la noción de autoría y se opta por el uso de protocolos abiertos y modos de creación colaborativos.
PS: ¿Pueden hablar un poco sobre el concepto “neón beige” que desarrollaron como colectivo?
90°C: El punto de inicio de The 90° Project es un indicador de neutralidad específico de la danza: el ángulo de 90° de la pierna en relación con el piso. Como cimiento del proyecto, empezamos por estudiar éste y otros denominadores comunes de “normalidad” (que también incluyen preguntas respecto de la belleza y la composición). Por supuesto que algo como la neutralidad real y absoluta no existe, pero hay muchas cosas que la gente decide hacer cuando busca ser transparente y alinearse con campos específicos, como el campo internacional de la danza contemporánea.
Una de aquellas “normalidades” que surgieron fue el color beige, que se convirtió en una manera de representar la normalidad en general en nuestro argot interno. Pero no queríamos reproducir el beige simplemente, queríamos torcerlo, hacer evidente que es una normalidad. La manera en la que lo imaginamos fue tomar algo “normal” y darle un tono neón, de una manera extraña pero sutil. No deslumbrante, pero tampoco simplemente beige. Entonces el concepto tiene que ver con, primero, reconocer que hay posturas percibidas como neutrales en la escena de la danza y luego, ponerlas en evidencia una vez que su color es neón. La repetición, el volumen, el paso y la locación son parámetros que pueden modificarse para crear una sensación neón-beige sobre cualquier parámetro de normalidad.
Al principio del proceso, escribimos un pequeño texto sobre la neutralidad:
Nosotros no queremos hacer un escándalo Nosotros usamos jeans y playeras Lacoste
[de diferentes colores
Nosotros no queremos empezar una
[revolución
Nosotros hablamos del clima
Nosotros no tomamos partido
Nosotros hacemos el grand battement de la
[clase de ballet con una
[calidad adecuada.
Nosotros somos cuerpos capaces sin defectos.
Nosotros no somos superhéroes
Nosotros no somos un cáncer social
Nosotros somos el corps de ballet
Nosotros somos Alex, de Suiza
¿Qué podemos decir? El beige nos prende.
Es neutral, pero no del tipo aburrido de neutral.
Del tipo ardiente y sexy.
Nosotros nos preguntamos:
¿Podremos conseguir esta pieza en beige-neón?
PS: ¿Qué les pareció interesante de trabajar en El Eco?
90°C: Como dijimos antes, The 90° Project trabaja con nociones como neutralidad o belleza natural, y con la problemática de sus implicaciones políticas. La idea del proyecto es tener la capacidad de cambiar y readaptarse a cualquier espacio en el que se trabaje o presente: ser un proyecto in situ sin perder su núcleo político. Así que inevitablemente se ve influido por la política que dicho espacio produce o propone.
La primera parte del proyecto ocurrió en una ex prisión panóptica (ahora convertida en un centro de las artes) que ha mantenido su arquitectura original del siglo xix y, por ende, el proyecto se relacionó con un espacio de gran disciplina, diseñado para contener y coreografiar gente de una manera que (como sabemos) Foucault bien identifica en su texto ya canónico Vigilar y castigar. La prisión panóptica es un espacio que no pretende ser bello, sino meramente funcional. Sin embargo, está inevitablemente inscrito en la estética de la época industrial. Una de las características esenciales de dicha estética es el ángulo de 90° como base de neutralidad y funcionalidad.
El Museo Experimental El Eco, en cambio, un espacio que fue construido desde los cimientos con el propósito de contener arte moderno, propone una relación con el espacio absolutamente distinta. Más aún, El Eco como edificio es un manifiesto en sí mismo. Al oponerse abiertamente a las normas del funcionalismo (aunque no esté por completo desapegado de esta tradición), El Eco desafía la normativa del ángulo recto. Usando ángulos cambiantes, propone un tipo de arquitectura que, más allá de lo funcional, es emocional. De alguna manera, regresa a ver la arquitectura como una herramienta sagrada (o por lo menos espiritual), y asume sus propios parámetros sobre cuáles podrían ser las necesidades espirituales del hombre moderno. El Eco, entonces, disciplina y coreografía el cuerpo del visitante de una manera distinta. Juega con la ilusión y la perspectiva renacentista, intentando someter al visitante a una manera particular de entender la espiritualidad.

Es una paradoja que al intentar ser un lugar no-neutro, no acepte su propia artificialidad. El edificio, con paredes aparentemente inclinadas, esconde ángulos rectos estructurales. Asume “formas naturales”, pretende (cree) regresar a ellas, y por su intermedio instruye a la gente hacia una forma más espiritual de estar en el espacio.
Al asumir la responsabilidad de estar en un espacio tan cargado, y en busca de experimentación, El Eco juega con este legado: ni lo da por hecho, ni lo intenta neutralizar (al pretenderlo, por ejemplo, como un cubo blanco) y tampoco pretende canonizarlo, sino que más bien busca repensar sus posibilidades estéticas y políticas, las de un lugar que en la actualidad es, tanto históricamente simbólico como desafiante.
Ésta es una propuesta que de muchas maneras recuerda a la que hemos tomado en relación con los 90°. Algo que está ahí y con lo que tenemos que lidiar. Este paralelismo en las preguntas políticas hizo que trabajar en El Eco fuera súper interesante. También nos fascinó estar en el museo, porque la gente de allí ¡sí funciona! ¡sí la gira!, es decir, ¡rockea!